viernes, 25 de abril de 2014

A esa no se le quema el tostadero




Este decir destaca los atributos de la persona siempre dispuesta y decidida para afrontar cualquier situación que se le presente en la vida. Habla, en este caso, de la mujer  que ante cualquier adversidad responde sobre la marcha, antes de que se complique más, e impacientes y sin espera se meten de cabeza en cualquier asunto, sin que tengan paciencia.

Es construido desde el sentido figurado del "tostadero", bien entendida como la acción de tostar el millo e inclusive el propio millo, y no el útil empleado llamado "tostador", pues es sabido que este último necesariamente ha de quemarse para que alcance su mejor aprovechamiento. Lógicamente aquello que no tiene que quemarse es el millo.

Como recoge el DRAE el verbo tostar (del latín tostāre), su primer acepción es «1. tr. Poner algo a la lumbre, para que lentamente se le introduzca el calor y se vaya desecando, sin quemarse, hasta que tome color». Y tostar el millo que después será molido para obtener el gofio, requiere además del fuego de una buena leña y un buen tostador, que quien lo tueste no pare de darle vueltas con el "meneador" -construido con el pírgano de una palmera o una caña y en su extremo un buen trozo de tela bien atado- para que el grano seque por completo y tome ese conocido color "tostado", o "más tostado" según el gusto.

De parar las vueltas con el "meneador" hay cierto riego de que se queme y no sirva para moler, o que el grano se abra en forma de flor quedando en las canarionas "roscas" o chicharreras "cotufas".

Del tostador Pancho Guerra nos daba detalles de su forma y uso: «TOSTADOR.- Característico e imprescindible utensilio en toda casa campesina canaria, empleado para tostar el millo a fin de mandarlo al molino a que lo hagan gofio. Es de barro, de tamaño grande, por lo menos de medio metro, y aun de un metro de diámetro, que se pone sobre tres teniques y generalmente al aire libre; se le mete calda de hojas de platanera (garepas, tabaibas u otra leña floja, mientras con el "meneador" se le dan constantes vueltas al millo para que no se queme. Es semejante a una paellera grande. Los hay pequeños para tostar el café. También los hay de hierro, pero se dice que hacen peor tostadura». 

En los tiempos actuales, en el diccionario de canarismos la ACADEMIA CANARIA DE LA LENGUA lo resume de la siguiente forma: «tostador. 1. m. Recipiente de barro o de metal, de forma circular, de entre cincuenta centímetros y un metro de diámetro, poco hondo, que se emplea para tostar el grano que se ha de moler para obtener el gofio. 'El tostador era de latón y el meneador de trapo'». 

El tostador también era usado para tostar el millo tierno, recién cogido, sin el secado al sol y desgranado, a cuyo resultado se le llama "cochafisco", término que dio lugar a otro decir que hace gala coloquialmente de que cada ocurrencia tiene su momento, como lo narra el mismo autor en una escena de Las Memorias de Pepe Monagas:

─ Mira, Soledad; hasme el favor, ¿oíste?, que no está el tostador pa cochafisco. Vemos a dejarnos de rodeos y boberías, ¿estamos? Yo me quiero casar, pero es contigo...

─ Conmigo... ?

Noté cómo se le desparramó en los centros una ola de calor y cómo le subió a la flor de la cara hasta meterle los cachetes en el arrebato de una manzana de sangre-doncella. Bajó la vista, seria y callada un instante. Luego fue levantando despacio sus ojos pardos y bonitos, de aparente grave, pero que allá atrás le rebrincaban de alegría.

De modo y manera que conmigo ...

continuó al cabo de una pausa, mirándome con los ojos eclipsados y poniendo un gesto de infantil curiosidad.

─ iSí! ¿Pasa algo?

─ Pues, no ...

y abrió ahora la mirada, que era segura y dominante.

¿Tonses, qué dises...?

─ iQue mal negosio vas a haser, Pepe!

─ ¿Y eso?

─ Lo prinsipal: que yo no te ha dicho que si... todavía. Pero poniéndonos en que fuera gustante, ¿tú has pensado en que yo te iba a estacar, más bien corto que largo.. . ?

─ Bueno, ¿y qué...?

─ ¡0h!, pues eso.

En nuestro recuerdo está "Panchito", el locero de La Atalaya de Santa Brígida (Francisco Rodríguez Santana 1907-1986), todo un referente en la alfarería grancanaria que aprendió de las "talayeras" que le precedieron y enseñaron la más antigua y tradicional artesanía de dar forma al barro sin la ayuda de tornos, con sensibilidad y calidad, para luego guisar las mejores piezas, y entre ellas los bernegales y este tostador preparado para guisar de la más bella factura.

miércoles, 23 de abril de 2014

En abril viene la vieja al veril




Hay un viejo refrán castellano constatado meteorológicamente que vaticina "En abril, aguas mil", haciendo referencia sobre todo a la España seca donde suele llover de manera especial en el mes de abril, en el centro de la primavera. Se trata de unas lluvias que llegan sin turbulencias, pero abundantes, de donde los agricultores las consideran buenas.

En estas islas, con un clima diferente protegidas por los vientos Alisios, si bien puede darse la caída de algunas lluvias, el que estemos rodeados de mar ha condicionado nuestros decires, y de la continuada observación de nuestras costas el pescador artesanal santifica que todo en la vida tiene su tiempo y hay que tener paciencia a que le llegue. Y con ese pensamiento, basándose en la realidad del medio marino pregona "En abril viene la vieja al veril".

Hacen referencia a unos de los peces más apreciados en las islas, la Sparisoma (Euscarus) cretense que en este mes se acercan al veril costero para arrancar trozos de algas cespitosas y calcáreas que con cangrejos y erizos constituyen su alimento, están dotadas para ello de dientes soldados formando dos placas a semejanza de un pico de loro.

Cuando son adultos, los machos son de color gris o gris-pardo, con una pequeña mancha difusa cerca de la cabeza en ambos lados, y las hembras, como en la imagen que encabeza, destacan por su brillante y hermoso color rojo sobre amarillos y grises, acreditando así su género y atracción, alcanzando su esplendor en época de reproducción, con varios desoves al año, en que el número de huevos supera al de otras especies bentónicas.

Su gran talla entre 20 y 30 centímetros, aunque se han capturado de mayor tamaño, su peso, astucia y fuerza dental han condicionado la pesca artesanal, especialmente la de orilla, que la convirtieron en todo un arte en diseño, estrategia, destreza, fortaleza y constancia, requerimientos que convierten su pesca en un reto y en una permanente espera de la llegada del mes de abril.

Años atrás la costumbre era conseguir una buena, fuerte y larga caña de bambú, de unos cinco o seis metros, bien seleccionada en su corte para que cumpliera esos requisitos, y ponerla a secar después de limpia de nudos y hojas. Ya seca la caña de bambú, era el momento de ponerle un puntero muy especial, muy nuestro, tradición o costumbre que se sustenta en la eficacia, que no se compra; se consigue la materia prima, se moldea y lima por el propio pescador: el cuerno de cabra, o mejor expresado del macho cabrío, más curvo y consistente que el de la femenina cabra.

Después de conseguir el pitón del macho cabrío se corta apropiadamente, se lija y moldea adecuadamente para que su ángulo permita detectar el movimiento de la picada de la vieja. Una vez labrado el cuerno, delicado trabajo de todo un día, se pone a secar durante el tiempo necesario, para luego fijar y pegar a la punta de la caña de bambú. A él se atará una gruesa "liña" (Cuerda delgada que habilitan los marineros para pescar a mano, generalmente desde un barco) y en su extremo rematada con un "calacimbre" (Alambre de acero muy fino) que pueda resistir la mordida de la vieja, con un pequeño plomo para que fondee, de largo total igual al de la caña, y en su extremo un gran anzuelo, que algunos acostumbran a anudar con un llamativo y fino hilo rojo.  

Cuando llegaba la ocasión de ir a pescar, el día anterior la tarea de conseguir cangrejos, volteando y removiendo piedras en la orilla del mar; sin olvidar los erizos. Llegado el día, los cangrejos se meterán en un viejo y fuerte calcetín para tenerlos muy en la mano, dado que servirán de carnada viva en el anzuelo. Los erizos se machacan y meten en un saco de arpillera, de esos que se utilizaban para la recogida de papas "quinegua" (de semillas variedad King Edward), y se atarán para colgar sobre la superficie del agua del mar sirviendo de "engodo" (Cebo que se echa al agua para atraer a los peces al lugar de pesca).

El pescador se colocará en el mismo veril del marisco, aguantando el oleaje, y hará la lanzada desde atrás hacia el frente, tratando que el largo de la "liña" favorezca no ser visto por la astuta vieja, y la mantendrá "a pulso" en horizontal con los dos brazos extendidos, sin perder de vista el cuerno de cabra para detectar cualquier movimiento y su propia sensibilidad a lo que sucede en el anzuelo. Por instantes se olvida del oleaje y su vista se concentra en el cuerno de cabra. Así una y otra vez, reponiendo cangrejos en el anzuelo, hasta que en una de esas, el cuerno gira bruscamente hacia abajo.

En fracciones de segundos, las secuencias se suceden, baja el cuerno, se hunde rápidamente la "liña", y el pescador debe reaccionar con un violento tirón, al contrario de la lanzada, convirtiendo sus brazos y espalda en el mejor resorte para que en un único y rápido movimiento, levantar y tirar hacia atrás a la vieja. Ella luchaba con el anzuelo cuando se hundía a gran velocidad y seguirá luchando durante esos segundos para que no sea sacada del mar. Incluso puede intentar meterse bajo el marisco para que el risco rompa su atadura. Es una sensación indescriptible para el pescador.

La destreza del pescador tiene que alcanzar la perfección de un acto reflejo, en sentido contrario al que realiza la vieja. Ya cuando la vieja cae atrás en la roca, rápidamente el pescador la pisará suavemente para inmovilizarla y tratar de sacarle el anzuelo. Después la meterá en otro saco que tiene sumergido en un charco para que se mantenga fresca. En muchas ocasiones, la caña ha roto por la suma del esfuerzo del tirón y el peso de la vieja, incluso por el viento que azota en el veril, al que la caña de bambú ofrece buena resistencia. En otras ocasiones, la vieja ha mordido y roto el "calacimbre" con su fuerza dental. Pero en las más, queda la satisfacción del pescador por la captura de la vieja colorada, parda, e incluso la rebosante alegría por alguna que otra vieja "lora", con ese cuerpo rechoncho y de casi medio metro.

Después, presumirá con orgullo de sus capturas, porque es el premio a su habilidad en la construcción de sus artes de pesca y en su esfuerzo físico por conseguir la carnada y por aguantar en el marisco. En sus secretos guarda que más de una vez acabó en el mar arrastrado por una ola, y que tuvo sus "rasguñones" en el marisco.

Ahora toca celebrarlo y después, en el caldero, con una cebolla, un tomate, un pimiento verde, algunos dientes de ajo, perejil y algo de sal gorda, sus viejas quedarán bien sancochadas y hará las delicias de cualquiera.

En los tiempos actuales, que se van perdiendo las tradiciones, que nuestra riqueza natural ha menguado, condicionándose para su protección los tiempos de recogida de carnadas, engodos y viejas, muchos son los que saben más de las modernas cañas de fibra y de punteros de esos que se compran, y cuando ven una caña de bambú con un cuerno de cabra pueden tomárselo a risa, o justificarlos en los tiempos de María Castaña.

Son tiempos distintos, tiempos en que tampoco abunda la apreciada vieja, y como se ve poco, hasta algunos han modificado el decir "A partir de abril, se acerca la vieja al veril", para hacerlo más indefinido no sea que no acontezca la llegada de la vieja por inexistente. Muchos de generaciones anteriores ya aplican el antiguo decir a los acontecimientos de la vida misma, porque la sabiduría popular es grandilocuente, y le dan el sentido a que todas las cosas de la vida tienen su tiempo y maduración, y, hay que esperar que llegue su momento. 

jueves, 10 de abril de 2014

En el tocar del cachorro se conoce al bailarín




Antiguo decir por el que se sentenciaba que se podían conocer las cualidades e intenciones de cualquier persona observando su aspecto y costumbres, sin dejarse influir por sus fanfarronerías.


Así describió el doctor Victor Grau Bassas Mas (Usos y costumbres de la población campesina de Gran Canaria. 1885-1888, 1980) con todo detalle el vestido del campesino, y de cómo la cachorra sustituyó a la montera: «Los hombres se visten con montera o chachorra, camisón o calzoncillos, chaleco y chaqueta, y zapatos como prendas ordinarias; en tiempos de agua o frío se cubren con camisola, capote y medias.


La montera es la prenda antigua más inútil y molesta que se conoce, llamando la atención cómo ha durado hasta hoy. Está formada por un cono de paño azul, forrado interiormente de bayeta roja y adornada con una porción de borlas de seda. En la parte baja tiene una abertura perpendicular al eje, por medio de la cual se presta a muchas posiciones. Como se ve, no llena ninguna de las necesidades que debe llenar la prenda que se destina a la cabeza. Hoy día para bestir la cabeza se emplea la cachorra, sombrero hongo que se fabrica en el país con lana y que difiere, aunque con ligeros detalles, en cada localidad, por cuya circunstancia puede reconocerse el pueblo del portador. Estas cachorras no se recomiendan ni por su figura ni por su peso, pero en cambio duran mucho y preservan del sol y del agua, que es todo cuanto se necesita. Cuando nueva tiene una figura medio pasadera, pero al poco tiempo pierde y queda como un gorro».


Los Hermanos Millares Cubas en su léxico de Gran Canaria recogen el término, hablando de la sorpresa que inspira al forastero dado, sin aventurar hipótesis sobre su origen «CACHORRA.- Canarismo es éste que con justicia asombra a los forasteros. ¿Qué tiene que ver el sombrero flexible con la hembra del cachorro?-


Y sin embargo, se llama y continuará llamándose cachorra al sombrero ese, sobre todo al tosco, fabricado en el país, que se usa por el pueblo y en los campos. Y mientras perduren las Canarias y sigan ocupando aquel lugar algo arrimado a la cola en que las vio don Tomás de Iriarte, seguirá diciéndose: Tóquese la cachorra; No se quite la cachorra.

—Tóquese la cachorra.
—Usted primero, compadre, que ha sido Alcalde.
A la par y a un tiempo.
—Todos podemos».

Pancho Guerra expone con amplitud distintas argumentaciones sobre su posible origen, incluyendo citas del historiador y cronista José de Viera y Clavijo, abunda también en cuanto a las ceremonias, respetos y costumbres de su buen uso, y nos ilustra sobre coplas y decires en las que es mencionada, texto que aún siendo extenso reproducimos totalmente por su notable interés:


«CACHORRA-O.- Sombrero del hombre y también el usado por las mujeres campesinas. El Diccionario de la Lengua no lo incluye en su edición de 1939. Don Julio Casares, sí, en su Ideológico (edición 1942), con la acepción de "sombrero flexible". El masculino "cachorro" suele usarse con intención despectiva.


Y en cuanto a la femenina, todavía en los campos de Gran Canaria, cuando hay un muerto en medio de la casa, los hombres se entierran la cachorra hasta sobre las orejas como signo de duelo. "Quítese la cachorra", se invitaba antes gentilmente a los caballeros en visita como honrosa deferencia. Era cuando permanecer cubierto constituía un hábito hidalgo. "No se quite la cachorra que está entre puertas", aconsejaban los prudentes. O se decía irónicamente a ese frescor. Cachorra más bien es gorra que sombrero. A éste sí se le dice cachorro. Las mujeres campesinas y las pobres de la ciudad usaron en tiempos una cachorrita, que hoy remeda la adoptada para el típico traje femenino grancanario. Y de entonces vendrá rodando aquel pimenterillo cantar de isas que dice:
"Cuando yo la vi venir
con el cachorrillo gacho
me dije "pa" mi capote
"esta cabra quiere macho".

También hemos oído otra mención del diminutivo en la ingenua y graciosa explicación de esta otra copla, entonada por un mozo labrador mientras tronchaba carrizo para sus animales entre los altos verdes de un cañaveral:
"¿Para qué quiere el pastor
cachorrillo desalado?
Para cuidar su ganado
y que no le queme el sol."

Y esta variante, vibrando en una taifa santiaguera, de la fiesta de Santiago, en el lugar de Tunte:

''¿Por qué se pone el pastor
la cachorrilla enroscada?
Porque de lejos le vea
Los ojos la enamorada".

También se oía este refrán entre viejos de la ciudad y el campo: "En el tocar del cachorro se conoce al bailarín", con que se denota que a la gente se la cala, adivinando sus cualidades e intenciones, por lo espontáneo de su facha y de sus mañas. Lo del cachorro es ciertamente variante no muy usual de esta forma más común: "En el tocar del sombrero...", pero de las dos maneras hemos oído expresar el popular dicho.


"Cachorro" es la "cría del perro o de ciertas fieras." ¿Cómo se tocaban los primitivos canarios?, cabe preguntarse ante esta acepción. Don José de Viera y Clavijo dice en su Historial general de las Islas Canarias, a propósito de las vestiduras aborígenes: "Si sus rebaños de ovejas les ofrecían largas cantidades de lana, ¿de dónde provino que jamás se aplicasen a hilarla ni a tejerla, y sólo se cubrieran de pieles, juncos y hojas de palma?".


Más adelante informa que los nativos de Lanzarote se ponían "cierta especie de bonete de pieles, guarnecido de plumas". Da noticia también de que las mujeres lanzaroteñas se cubrían con gorros hechos con tiras de piel -"pellica"-, y las mismas pellicas defendían y adornaban las cabezas de los gomeros. Hasta aquí nada dice sobre la naturaleza de esas pieles. Puntualiza sólo al hablar del tocado grancanario, que se resolvía con "monteras de los pellicos: de aquellos cabritillos que desollaban sin romper y cuyas garras caían sobre las orejas y otras se afianzaban en el cuello".


Nada, pues, dice el historiador sobre que se tocaran con pieles de perro, las pequeñas, las de los cachorros, por más apañadas, que de haberlas usado, y conforme hacían con los cabritillos, "desollarían sin romper", con lo cual mantendrían la traza de los animalillos vivos. El uso de esas pieles entra, sin embargo, dentro de lo posible, mucho más en tierra donde abundaban los perros, hasta el extremo de haber dado nombre al archipiélago. Las gentes de Castilla y otras tierras de España que realizaron la colonización pudieron haber dicho "cachorro" a ese elemental tocado de piel de perro joven ...


A falta de toda referencia concreta en textos oficiales y de estudios sobre la etimología de esta extraña voz, se nos ha ocurrido esta conjetura. De otra parte, el profesor Corominas dice que "cachorro" parece ser derivado de "cacho". "Cacho -apunta- significaría primitivamente "cachorro". Y al estudiar acepciones dialectales del vocablo considerado originario, apunta que en gallego y leonés se dice "cacha" -como variante- de "toda cosa redonda y hueca". Esto pudiera echar también un poquito de luz sobre las umbrías raíces del término».


El diccionario de canarismos de la ACADEMIA CANARIA DE LA LENGUA distingue perfectamente las distintas acepciones en femenino y masculino como sigue:


«cachorra. 1. f. GC.  Sombrero del hombre del campo y a veces también el de la mujer, normalmente hecho de palma o de fieltro. 'A veces se ponía la cachorra enterrada hasta las orejas'. 2. f. Lz y Fv.  Gorra con visera o sin ella. 'Era tanto el solajero, que todo el mundo se ponía la cachorra'».


«cachorro, rra. 1. m. y f.  Persona alta, corpulenta y vigorosa. 'En esa familia todos eran unos cachorros tremendos, gente fuerte y doblada'. 2. m. y f.  Mero pequeño. Pescó un cachorrito, pero lo echó de nuevo al agua, porque era muy pequeño».


También incluye la ACADEMIA otro decir que hace referencia a la descendencia de los vecinos que se ganan el mérito de ser poco apreciados por sus propios atributos: «¡guárdame un cachorro (cuando críe)! Frase irónica con que se desprecia a una persona por alguna cualidad negativa».