miércoles, 30 de octubre de 2013

Más malamañado que un cochino bajo el brazo




Dice Pancho Guerra que MALAMAÑADO es «Persona torpe, sin habilidad. Poco hábil, no "mañoso”. De difícil y peligrosa condición. (Una lucha "malamañada" es aquella que resulta poco airosa. Un palo "malamañado" es aquel que no se presta bien para el destino que se le quiere dar. Se contrapone a "bienamañado")».

Descrito el personaje que se menciona en el dicho, que en ocasiones se da a un útil cualquiera o a una luchada como se cuenta, como bien dice nuestro referente en su inacabada obra póstuma publicada bajo el título de Contribución al léxico popular de Gran Canaria, en buena medida completada con los textos de Memorias de Pepe Monagas, resulta conveniente reparar en la comparación que se hace en el decir.

La referencia al cochino, más finamente conocido por cerdo, hay que destacar entre sus atributos que se trata de un animal de cuerpo pesado y redondeado, de hocico largo y flexible, patas cortas con pezuñas y una cola corta. Bien sabemos que su piel es gruesa pero sensible, está cubierta en parte de ásperas cerdas, como se llaman sus gruesos pelos.

Este peso algo desproporcionado a su tamaño en comparación con otros animales de su talla, y su especial "redondez" con una especial piel prácticamente sin pelos de donde agarrarlo de por sí es complicado, unido a su carácter algo irascible cuando se le trata de coger, hace complicado no sólo ponerlo bajo nuestro brazo, sino tratar de mantenerlo, cuestión que se facilitaría si fuera una pequeña cría, o si se tratara de un perro e inclusive un gato. De ahí que el calificativo de "malamañado" adquiera su mayor dimensión y extensión.

La soledad en el retiro es mal que no tiene alivio




Este decir tradicional en ocasiones ha tenido una incorrecta lectura al entenderse que va dirigido a las personas de edad avanzada, y posiblemente así ha sido por la mención al "retiro" que se asocia indebidamente a la jubilación.



Su intencionalidad es muy distinta, más aún cuando el emisor del decir es normalmente persona con experiencia en la vida, con años vividos. Tiene un sentido mucho más amplio, referido a huir de la sociedad por no hacerle frente a sus propios problemas, desde el pensamiento que apartándose, éstos terminan, cuando la realidad es que su apartamiento agrandará su tamaño.


Era y es tradicional en las islas, cuando alguien adivina problemas con una compañía, con una conversación, desaparece del lugar diciendo aquello de "Me voy a dar un margullo" desde el pensamiento que no agrada el asunto o personas que provocan estas "aguas turbias", y elige "margullar" (nadar debajo del agua). Pero los humanos somos de pulmones, no de agallas branquiales, y tarde o temprano tendremos que salir a la superficie a respirar, volviendo a estar en las "aguas turbias".


Este sabio decir canario se anticipa a ello advirtiendo que los problemas no se alivian con la retirada soledad, sino afrontándolos en compañía. Probablemente converge en el tiempo con las teorías del padre del psicoanálisis, el austríaco Sigmund Freud (1856-1936), que decía "La mayor soledad del hombre es sentirse sólo en sociedad".


La imagen que encabeza esta entrada, ilustra esa incorrecta lectura que se ha dado al decir, pues el "retiro" asociado a la avanzada edad no tiene porqué comportar quebranto alguno. Se aprecia a dos mujeres con años vividos, que están en lo que quieren estar, descansando después de las faenas del hogar, con la escoba "atracada", y echándose un "briginio" (cigarro de tabaco Virginio, fuerte, de hebra, de no muy buena calidad, liado con papel de arroz o camisa de piña), mientras hacen un remiendo, sin mayores preocupaciones que las que les traslada la indiscreta cámara fotográfica.

martes, 29 de octubre de 2013

Pícamelo menú que es pa la cachimba





No es lo mismo preguntar ¿lo entendiste?, que decir ¿me expliqué?. Pueden darse varias situaciones en la falta de comprensión de las conversaciones, si bien hay dos más habituales y normales.

La primera situación que puede darse es que la información que da el hablante sea correcta y suficiente, y pudiera ocurrir que el oyente no la entienda correcta o suficientemente porque su conocimiento no llega a tanto.

La segunda situación sería que el hablante no tenga conocimiento de lo que cuenta, y así el oyente, aunque tenga conocimiento suficiente, difícilmente la pueda entender.

Pero hay otra situación, cuando se tropezaba cualquier paciente paisano (del país) con el típico "sabelotodo" (que presume de sabio sin serlo), que se pone a "parlotiar" (parlotear = hablar mucho y sin sustancia, por diversión o pasatiempo), larga una retahíla de cosas que ni el mismo entiende, y ya seco el "gaznate" (garguero = parte superior de la tráquea) termina de echarse la "parrafeada" (parrafada, conversación) con el clásico y recurrente de nuestro léxico: "¿te enteras?".

El oyente paisano, que no escuchaba pues no se enteraba de nada, a la "zorrúa" (astuto y disimulado) se anima y dice "Pícamelo menú que es pa la cachimba". De picar pequeño el tabaco de hoja para la pipa de fumar, manifestando así que le resuma y aclare aquello que realmente sea sustancia de todo lo dicho. Y ello para no enviarle un merecidísimo "zurriagazo" (golpetazo).

Dos cabezas de carnero, no caben en un caldero





Una vez más un decir surge de la sabiduría de la vida pastoril, en este caso donde sentencia un tercero que contempla la eterna discusión de dos "cabeceadura", o seseando "cabeseadura", que como dice Pancho Guerra  es «Obstinación, terquedad, emperramiento: la "cabezonada” castellana. (El diccionario da también "cabeciduro”, por testarudo».

Confirma el decir que cuando dos "cabeceaduras" comienzan su eterna discusión, nunca terminarán en un acuerdo por sus propias iniciales convicciones invariables ante las de otros. Hoy se les dice que son "cabezudos de mollera", que tal como recoge el DRAE es la «Parte más alta del casco de la cabeza, junto a la comisura coronal», confirmando la actualización que sus ideas están bien guardadas en el más recóndito lugar de su cabeza.

No resulta extraña la mención a los carneros, en gran medida por la fisonomía de su cabeza, y además por el vínculo ancestral que el canario ha mantenido con este animal. Ya en la prehistoria de las islas, de este animal obtenían sus ropajes como lo recoge Abreu y Galindo:

«El vestido y hábito de los de esta isla era de pieles de carnero como salvajes, ropillas con manga hasta el codo, calzón engasto hasta la rodilla, como los de los franceses, desnuda la rodilla, y de allí abajo cubierta la pierna con otra piel hasta el tubillo. (...) las mujeres traían tamarcos de cueros de cabras, y encima pellicos o ropillas de cuero de carnero y los mesmos bonetes pelosos del mesmo cuero».

Igualmente aprovecharon su carne, como cuenta Nuñez de la Peña: «Sus manjares, carnes de carnero, cabra, etc. asadas y bien tostadas, miel de mocanes, gofio, en Canaria se cogio algun trigo y harina de frangollo cocido con leche, frutas y estimaban mas las silvestres».

Y hasta sus huesos para sus útiles de defensa, cultivo, caza y pesca: «Cojían gran cantidad de pezcado en corrales que hacían, i lo más con ançuelos de cuernos de carnero labrados con fuego i agua caliente con los pedernales i eran fuertísimos aún mejores que los de acero».

Tras la llegada de los castellanos, en muchas ocasiones a los nuevos colonos se les entregaba medio centenar de ovejas traídas de Castilla y un "carnero padre", para favorecer su reproducción.

Muchas costumbres ancestrales del pastoreo se mantuvieron durante siglos, y tomando como ejemplo por ser la isla donde más se mantiene, de las tradiciones majoreras se cuenta que: «Al terminar la apañada se mataba el mejor carnero, se repartían las bañas [grasa de animal] que se comían crudas y se bebían la sangre caliente. Los más viejos, como no podían correr, juntaban la leña, asaban la carne y preparaban el agua de la fuente, el vino y el ron. Alrededor de la hoguera del asadero se bailaba con las latas».

No debe por ello extrañar el recurso metafórico de las dos "cabezas de carnero" para este decir que habla de los "cabeceaduras" que nunca se pondrán de acuerdo, que nunca cabrán en el caldero. 


domingo, 27 de octubre de 2013

Se quedó como una alcayata






Casi con total seguridad podríamos afirmar que si a alguien se le ocurre acudir a una ferretería y pedir una "escarpia", salvo que excepcionalmente dé con alguien muy versado, por lo más o menos entendido por el dependiente probablemente puede contestarle que donde venden los terrenos inclinados es en la inmobiliaria que está en la esquina de la calle.

Dice el DRAE que la "escarpia" es un «Clavo con cabeza acodillada, que sirve para sujetar bien lo que se cuelga», traducido al buen canario de "Clavo formando ángulo para colgar un espejo", sencillamente  lo que cualquier cristiano de estas islas llamaría "alcayata", igual a como la llamaban los árabes "alkayáa".

Pero probablemente quien nos defina su mejor aplicación al género humano es Pepe Monagas en su cuentos cuando nos dice: «Salieron, al fin, con los cuerpos tirando a alcayatas, sirviéndose de los horcones mutuamente, avanzando dos pasos y reculando cuatro».

Como se contaba normalmente "cayeron rodando por la cuesta pa' bajo y se quedaron como alcayatas", que será más explicado en el informe del barbero, permanente aspirante a practicante en el pueblo que les socorrió: "se doblaron sobre sí mismo por el pertigazo y se quedaron con un dolor imposible que no hay quien les enderece".

Pero no sólo los que caían se quedaban como "alcayatas", pues hubieron otros como el reconocido luchador Gregorio Rodríguez "El Volquete" quien al bregar con su maña característica se hacía una auténtica "alcayata" cuando tumbaba y volcaba al contrario, con la que daba en tierra con luchadores de mayor envergadura. Se rindieron los seguidores ante su acreditada habilidad que hacía perdurar aquello de "el grande cayó, el chico ganó", y así el grande en este caso se llevaba el "alcayatazo". Su imagen fue portada del reglamento de la Lucha Canaria en los años 80 del pasado siglo.