Es
uno de esos perdidos decires de las
islas que compara la excesiva sal que contiene una comida o producto con el
poco conocido canarismo "pilla", y del que el
oyente no tiene la más remota idea a que se refiere.
Si
consultáramos el diccionario de canarismos de la ACADEMIA CANARIA DE LA LENGUA probablemente nos aproximará a un
significado, el cual no es determinante para conocer de su origen etimológico,
ni de su adaptación temporal. Nos aporta dos acepciones para la voz pilla:
«1. f. Lz, Fv y Tf. Montón, rimero o cúmulo que se hace poniendo
una encima de otra las piezas o porciones de que consta algo. 2. f. Pila de
pescado salado».
La
primera acepción que aporta es igual a la primera acepción que el DRAE recoge
para la palabra "pila", que si bien puede coincidir, no identifica
correctamente todo aquello que tiene por principal atributo ser "salado" para fundamentar
nuestro decir por el isleño. La
segunda acepción parece concretarnos algo más, pero tampoco no despeja porqué
en las islas se añade una "ele"
en la segunda sílaba para convertir el sonido de la "elle", la decimocuarta letra del alfabeto español a partir
del siglo XVIII.
Los
Hermanos Millares Cubas en su léxico cuentan del decir «SALADO COMO LA PILLA.- La pilla
(pila) es el montón que en la cubierta del barco costero se forma con los
Pescados en salmuera. Nada habrá, pues, tan salado como la pilla y asi no es extraño que el ama de casa exclame consternada:
- Esa muchacha (la cocinera) ha dejado
la sopa salada como la pilla».
Pancho
Guerra da un paso más e incluye que «PILLA.-
Dícese de lo excesivamente salado o "templado". Salado "como una
pilla": debe provenir de la pelota o montón de sal».
El
amigo y arqueólogo Antonio Jiménez Medina que realizó trabajos de investigación
sobre la cerámica tradicional canaria, y a tal fin estudió distintos
portuguesismos que arraigaron en el léxico de las islas, nos puso en la pista
del origen lusitano de la voz "pilla"
procedente del término "pilha"
con significado de "montón", que explica la evolución fonética del
término. Con esta importante pista hemos podido comprobar en un documento de
investigación sobre las salinas, que a los "montones"
que se forman en la recogida sistemática llamaban "pilha de sal" (MARTINS DA SILVA, M.A. y LUIZA
DOS SANTOS, C.: Halitas das salinas de
Cabo Frio ..., 1997), con lo que se cierra el círculo para entender y
comprender nuestro decir.
Es
conocido que la artesanal obtención de sal en las islas se remonta a su propia
prehistoria para uso doméstico, estando documentado era aprovechada después a
otros fines a partir de la Conquista en el siglo XVI, y ya de forma intensiva
en las islas de Gran Canaria y Lanzarote destacando por su tamaño las salinas
de la costa sureste junto a la Casa Fuerte de Santa Cruz del Romeral en la
primera, y en la costa norte junto al Río en la segunda, ambas en las rutas
pesqueras hacia la costa africana donde surtían de la sal destinada a la
conservación del pescado obtenido en las capturas.
A
partir de estas surgieron por todas las islas un considerable número de
salinas, unas más primitivas sobre roca, otras también antiguas de mortero de
cal o de barro, y otras ya en la frontera de los siglos XIX y XX confeccionadas
con barro y forro de piedra.
Y
como tales ingenios creados por el hombre, en su entorno todo un lenguaje
particular para reconocer las partes del todo. Captaban el agua de forma
natural por tomadero, rebosadero, estancadero o bufadero, y después auxiliados
por la energía de molinos, bombas o motores. Las depositaban en los cocederos, calentadores
o soleaderos, donde se precalentaba el agua, para luego pasar a los tajos, poceta,
mareta o escuadre, pequeños recipientes donde cristalizaba, todos comunicados
por conducciones construidas con sillar de piedra, barro, mortero de cal e
incluso rollizos de madera. Todo ello en una sinfonía de colores que el agua va
interpretando hasta alcanzar su total cristalización.
Es
ahora cuando los salineros irán construyendo día a día esos montones que
algunos llamaban pillas, y que de
igual forma bautizaron los montones con los que salaban el pescado en las bodegas
de los barcos. Grandes pillas de mucha blanca sal con la que
se comparaban para exagerar aquellos caldos o potajes que por un descuido resultaban
muy salados.
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