En otras entradas hemos comentado de la particular y
melodiosa forma de hablar y expresarse de los palmeros, que se acredita
nuevamente con este hermoso decir que
me contaron, que sentencia que lo que se pierde en la casa, si nadie se lo
llevó, al final termina por aparecer.
Difiere en su construcción del castellano "Lo
que no va en lágrimas va en suspiros" del que nos da cuenta el
refranero del INSTITUTO CERVANTES, que mientras en el palmero se tiene la
profunda convicción de que al final el objeto perdido aparecerá, en este otro
caso denota que unas cosas se compensan con otras o también que lo que se
ahorra por un concepto se gasta por otro.
La comparación más próxima geográficamente la tendríamos con
la grancanaria recogida por Pancho Guerra en su léxico ¡ojos que te vieron dir! refiriéndose
a las cosas pasadas o perdidas, y como no a aquellas que pudieron desaparecer
por el arte de la "robona",
la sisona o sisadora, donde ya se pierde toda esperanza de recuperación, eso sí,
sin caer por ello en la desesperación.
El decir es en sí mismo producto del carácter isleño, que
como bien nos dice el profesor palmero Juan Régulo Pérez (Garafía, 1914 - La
Laguna, 1993) en su profundo estudio ("Notas acerca del habla de la isla
de La Palma", Revista de historia
canaria, núm. 157-164, 1968-1969):
«Hasta fines del primer
tercio del siglo XX, todos los jóvenes de ambos sexos, bien o mal, cantaban,
porque ello era necesario para las relaciones. Hoy, solo los viejos saben de
estas cosas, muchos de los cuales son repertorios vivientes de romances,
relaciones, responderes».
Hoy nos quedan de esos buenos hábitos al canto y al romance, su melodiosa
forma de hablar y de expresarse, definido en el tiempo por su manera de hacer y
relacionarse con sus vecinos, superando con otros buenos atributos su ámbito personal
« ... puede decirse que es poco comunicativo, ahorrador, servicial,
agudo, inteligente, perseverante...».
Y lo argumenta cuando recoge sus costumbres campesinas: «... en los campos habían sido comunes, hasta hace unos cuarenta
años, las reuniones llamadas gallofas
y juntadas. Eran éstas prestaciones
gratuitas de trabajo que varios vecinos hacían a otro, el cual quedaba a la
recíproca. Estas reuniones eran frecuentes para cavar viña, juntar pinillo,
llevar estiércol al terreno, moler el gofio con molinos de mano (especialmente
en épocas de calma, cuando los molinos de viento no trabajaban), traer los manojos
de cereales a la era para las trillas, cavar las papas, etc.
Porque los campesinos
palmeros, como los campesinos canarios en general, han constituido una clase
muy pobre, pero tan orgullosa de su libertad, que por lo general rehusaban el
jornal o el salario y preferían el sistema de intercambiar huebras personales, cuando
las labores del campo lo exigían. Antes, durante las gallofas y juntadas, que
muchas veces terminaban en baile típicos, bailes de candil, ya casi
desaparecidos, se cantaban romances y relaciones. Eran las fiestas en que se
conocían los jóvenes y se iniciaban los noviazgos.
Además de estas fiestas
paganas, existían las religiosas. En ellas, especialmente en las de los santos
patronos locales, era costumbre cantar y bailar, como a la terminación de las gallofas y juntadas».
De esta forma de entender la vida, trabajando y ayudando, cantando
y bailando, no cabe en el pensamiento palmero que la desaparición del pequeño tesoro
familiar nunca es producto de un robo, de esas "manos que no se llevan",
y tiene la convicción que en la casa aparecerá, y expresa metafóricamente tal acontecimiento
con ese bello romance soñado: "paredes lo echan".
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