miércoles, 23 de abril de 2014

En abril viene la vieja al veril




Hay un viejo refrán castellano constatado meteorológicamente que vaticina "En abril, aguas mil", haciendo referencia sobre todo a la España seca donde suele llover de manera especial en el mes de abril, en el centro de la primavera. Se trata de unas lluvias que llegan sin turbulencias, pero abundantes, de donde los agricultores las consideran buenas.

En estas islas, con un clima diferente protegidas por los vientos Alisios, si bien puede darse la caída de algunas lluvias, el que estemos rodeados de mar ha condicionado nuestros decires, y de la continuada observación de nuestras costas el pescador artesanal santifica que todo en la vida tiene su tiempo y hay que tener paciencia a que le llegue. Y con ese pensamiento, basándose en la realidad del medio marino pregona "En abril viene la vieja al veril".

Hacen referencia a unos de los peces más apreciados en las islas, la Sparisoma (Euscarus) cretense que en este mes se acercan al veril costero para arrancar trozos de algas cespitosas y calcáreas que con cangrejos y erizos constituyen su alimento, están dotadas para ello de dientes soldados formando dos placas a semejanza de un pico de loro.

Cuando son adultos, los machos son de color gris o gris-pardo, con una pequeña mancha difusa cerca de la cabeza en ambos lados, y las hembras, como en la imagen que encabeza, destacan por su brillante y hermoso color rojo sobre amarillos y grises, acreditando así su género y atracción, alcanzando su esplendor en época de reproducción, con varios desoves al año, en que el número de huevos supera al de otras especies bentónicas.

Su gran talla entre 20 y 30 centímetros, aunque se han capturado de mayor tamaño, su peso, astucia y fuerza dental han condicionado la pesca artesanal, especialmente la de orilla, que la convirtieron en todo un arte en diseño, estrategia, destreza, fortaleza y constancia, requerimientos que convierten su pesca en un reto y en una permanente espera de la llegada del mes de abril.

Años atrás la costumbre era conseguir una buena, fuerte y larga caña de bambú, de unos cinco o seis metros, bien seleccionada en su corte para que cumpliera esos requisitos, y ponerla a secar después de limpia de nudos y hojas. Ya seca la caña de bambú, era el momento de ponerle un puntero muy especial, muy nuestro, tradición o costumbre que se sustenta en la eficacia, que no se compra; se consigue la materia prima, se moldea y lima por el propio pescador: el cuerno de cabra, o mejor expresado del macho cabrío, más curvo y consistente que el de la femenina cabra.

Después de conseguir el pitón del macho cabrío se corta apropiadamente, se lija y moldea adecuadamente para que su ángulo permita detectar el movimiento de la picada de la vieja. Una vez labrado el cuerno, delicado trabajo de todo un día, se pone a secar durante el tiempo necesario, para luego fijar y pegar a la punta de la caña de bambú. A él se atará una gruesa "liña" (Cuerda delgada que habilitan los marineros para pescar a mano, generalmente desde un barco) y en su extremo rematada con un "calacimbre" (Alambre de acero muy fino) que pueda resistir la mordida de la vieja, con un pequeño plomo para que fondee, de largo total igual al de la caña, y en su extremo un gran anzuelo, que algunos acostumbran a anudar con un llamativo y fino hilo rojo.  

Cuando llegaba la ocasión de ir a pescar, el día anterior la tarea de conseguir cangrejos, volteando y removiendo piedras en la orilla del mar; sin olvidar los erizos. Llegado el día, los cangrejos se meterán en un viejo y fuerte calcetín para tenerlos muy en la mano, dado que servirán de carnada viva en el anzuelo. Los erizos se machacan y meten en un saco de arpillera, de esos que se utilizaban para la recogida de papas "quinegua" (de semillas variedad King Edward), y se atarán para colgar sobre la superficie del agua del mar sirviendo de "engodo" (Cebo que se echa al agua para atraer a los peces al lugar de pesca).

El pescador se colocará en el mismo veril del marisco, aguantando el oleaje, y hará la lanzada desde atrás hacia el frente, tratando que el largo de la "liña" favorezca no ser visto por la astuta vieja, y la mantendrá "a pulso" en horizontal con los dos brazos extendidos, sin perder de vista el cuerno de cabra para detectar cualquier movimiento y su propia sensibilidad a lo que sucede en el anzuelo. Por instantes se olvida del oleaje y su vista se concentra en el cuerno de cabra. Así una y otra vez, reponiendo cangrejos en el anzuelo, hasta que en una de esas, el cuerno gira bruscamente hacia abajo.

En fracciones de segundos, las secuencias se suceden, baja el cuerno, se hunde rápidamente la "liña", y el pescador debe reaccionar con un violento tirón, al contrario de la lanzada, convirtiendo sus brazos y espalda en el mejor resorte para que en un único y rápido movimiento, levantar y tirar hacia atrás a la vieja. Ella luchaba con el anzuelo cuando se hundía a gran velocidad y seguirá luchando durante esos segundos para que no sea sacada del mar. Incluso puede intentar meterse bajo el marisco para que el risco rompa su atadura. Es una sensación indescriptible para el pescador.

La destreza del pescador tiene que alcanzar la perfección de un acto reflejo, en sentido contrario al que realiza la vieja. Ya cuando la vieja cae atrás en la roca, rápidamente el pescador la pisará suavemente para inmovilizarla y tratar de sacarle el anzuelo. Después la meterá en otro saco que tiene sumergido en un charco para que se mantenga fresca. En muchas ocasiones, la caña ha roto por la suma del esfuerzo del tirón y el peso de la vieja, incluso por el viento que azota en el veril, al que la caña de bambú ofrece buena resistencia. En otras ocasiones, la vieja ha mordido y roto el "calacimbre" con su fuerza dental. Pero en las más, queda la satisfacción del pescador por la captura de la vieja colorada, parda, e incluso la rebosante alegría por alguna que otra vieja "lora", con ese cuerpo rechoncho y de casi medio metro.

Después, presumirá con orgullo de sus capturas, porque es el premio a su habilidad en la construcción de sus artes de pesca y en su esfuerzo físico por conseguir la carnada y por aguantar en el marisco. En sus secretos guarda que más de una vez acabó en el mar arrastrado por una ola, y que tuvo sus "rasguñones" en el marisco.

Ahora toca celebrarlo y después, en el caldero, con una cebolla, un tomate, un pimiento verde, algunos dientes de ajo, perejil y algo de sal gorda, sus viejas quedarán bien sancochadas y hará las delicias de cualquiera.

En los tiempos actuales, que se van perdiendo las tradiciones, que nuestra riqueza natural ha menguado, condicionándose para su protección los tiempos de recogida de carnadas, engodos y viejas, muchos son los que saben más de las modernas cañas de fibra y de punteros de esos que se compran, y cuando ven una caña de bambú con un cuerno de cabra pueden tomárselo a risa, o justificarlos en los tiempos de María Castaña.

Son tiempos distintos, tiempos en que tampoco abunda la apreciada vieja, y como se ve poco, hasta algunos han modificado el decir "A partir de abril, se acerca la vieja al veril", para hacerlo más indefinido no sea que no acontezca la llegada de la vieja por inexistente. Muchos de generaciones anteriores ya aplican el antiguo decir a los acontecimientos de la vida misma, porque la sabiduría popular es grandilocuente, y le dan el sentido a que todas las cosas de la vida tienen su tiempo y maduración, y, hay que esperar que llegue su momento. 

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