Se
trata de un decir usado para informar
de la gran distancia a la que puede estar el lugar por el que se pregunta. Como
menciona Pancho Guerra «Sirve para
ponderar la lejanía», pero esta exageración en los tiempos pasados
probablemente no lo fue por su distancia, sino por su ubicación en la ciudad de
Las Palmas de Gran Canaria.
Estos
llamados "poyos" nos los
describe, ubica y da pistas del probable origen del término Pancho Guerra «Lugar de descanso, de asiento, de escalón
para ascender a algún sitio. (En Las Palmas fueron célebres los llamados
"Poyos del Obispo", más allá de la "Portadilla de San
José", camino de Telde, donde ahora hay un grupo escolar. "Las
mulillas eran gruesos caballos, y llamaban "poyo" al estribo de la barrera":
Conde de Foxá, en Olor a cera, una bella historia de toros. Se refiere a la
peruana plaza de Lima)».
Sorprende
esta definición dada por Pancho Guerra, debido a que en la actualidad lo más
conocido que responde al canarismo de "poyo" es lo recogido en la
primera acepción por el diccionario de la Academia Canaria de la Lengua «1. m. Obra de albañilería que consiste en
una repisa de cemento, granito u otro material, que generalmente va colocada
entre el fregadero y el hornillo de la cocina», muy habitual en la
arquitectura doméstica canaria. Nos aporta otras dos acepciones menos conocidas,
la segunda recogida en La Gomera «2. m. Ereta
pequeña» y la tercera de Las Palmas de G.C., si bien en su definición la
refiere a casas de campo, que entendemos son realmente casas terreras «3. m. Espacio
que bordea el patio de las casas de campo y que se utiliza para plantar flores».
El
significado de "asiento"
dado por Pancho Guerra, el apropiado al mencionado en este decir, era lo habitual en las antiguas iglesias, obra de
mampostería adosada a una pared. José de Viera y Clavijo en su obra Extractos de las actas del Cabildo Catedralicio
incluye una anotación referida al 13 de marzo de 1522 «Que, por cuanto muchos hombres venían a la Iglesia a oír la misa mayor
y se quedan, se mandaban volver a hacer
los poyos que se deshicieron, conformándose el Cabildo con otras iglesias».
El
acuerdo en el que se da cuenta de su utilidad nos lo reproduce Santiago Cazorla
León en su Historia de la Catedral de
Canarias «Dijeron que por cuanto parece que los poyos que se deshicieron
es cosa muy desconveniente porque vienen muchos hombres a la iglesia a oir la
misa mayor y sermón y están en pie, e por conformarse con otras iglesias mandaron
que los poyos se hagan según y en la manera que antes estaba (Cabildo, 11 de
marzo de 1522, Lib. 1, fol. 102)».
Nos
cuenta este último autor además de sus ubicaciones: «En la iglesia baja o del Sagrario de la Catedral los únicos asientos que había para los fieles, o mejor, para los
hombres, eran los poyos que había en ella. (...) También la iglesia tenía sus poyos por la plaza de los Álamos
que fueron quitados por Juan Lucero: “Item 16 reales que pagó a Juan Lucero por deshacer y tapar los poyos que
estaban junto a la plaza de los Alamos” (Cuentas Fábrica, 1624-1655, fol. 57)».
Al
reproducirnos una anotación de 18 de
septiembre de 1623, parecen desprenderse algunos matices diferenciales entre
bancos y poyos de la repetida iglesia: «Otrosí:
Por cuanto estamos informados de los inconvenientes que se han seguido y siguen
y la reverencia y respeto que se debe tener al Smo. Sacr. y templo sagrado,
mandamos se quite el banco que está frente a la puerta que sale a Ios Alarnos
en la iglesia baja, y se deshaga el poyo
que están debajo de la dicha puerta a la entrada de la nave de Ntro. Sr.
San Sebastián, lo cual encargamos se haga.” (Libro 1 del Tesoro Catedral, fol.
140 vt.)».
Para
que se tenga una mejor percepción de los "poyos"
comenta los conocidos por el autor y que existen en la actualidad, los que
aparecen en la ilustración incluida en el encabezamiento de la entrada a este
Blog, detalle de la fotografía de 1952 (Fedac), los que se encuentran en el
lateral norte de la Ermita de San Telmo: «Restos
de poyos exteriores de iglesias quedan en la ermita de San Telmo de Las Palmas
de Gran Canaria». Desconocemos si los que se encuentran en su fachada
principal, formando ángulo, tienen la misma antigüedad que estos del lateral septentrional.
Cita
otra noticia que ratifica que todavía en el siglo XIX siguen conociéndose estos
asientos con el nombre de "poyos", cuando reproduce «Los trabajos en la galería de la Sala
Capitular comenzaron el 23 de septiembre de 1805 y el 12 de abril de 1810 el
maestro Agustín Martín hacía el aprecio de sus gastos. Su costo lo valora en
3.657 pesos, 4 reales y 5 maravedís; aparecen cuatro ventanas además de la que
da a la calle, cinco rejas, las dos puertas y las dos ventanas de abajo, con
sus costes. También el costo de la Sala Nivaria con su poyo y el enlosado de la galería. El total de la obra era de
229 tapias».
También
Agustín Millares Cubas a finales de dicho siglo nos incluye en su léxico
insular la siguiente referencia: «Echar
un cachimbazo; suprema delicia de los viejos navegantes que antaño se sentaban
en los poyos de San Telmo, a contarse las proezas de su accidentada mocedad».
Acreditado
que ha quedado el origen y la utilidad que tenían los "poyos", veamos
ahora la intencionalidad exagerativa que tenían los mencionados Poyos del
Obispo en el decir, para entenderlo.
En
el último cuarto del siglo XVIII la Ciudad estaba conformada por dos núcleos de
población Triana y Vegueta, a ambos lados del barranco Guiniguada, con algunos
vecinos con casas-cueva en los Riscos de san Lázaro, san Nicolás, san Roque, san
Juan y san José, asentamientos diseminados entre las Murallas al Norte y al Sur.
En
ese tiempo de la Ilustración se
realizan las primeras importantes reformas urbanas promovidas por los
corregidores José Eguiluz (1781) y Vicente Cano (1792), obras que requirieron
muchos recursos económicos que no habían, y algunas de ellas pudieron
concluirse con el apoyo del Cabildo Catedralicio aportando dinero para las
mismas.
Fue
decisiva a tal voluntad la fundación de la Real Sociedad Económica de Amigos
del País (RSEAP) por el obispo Cervera (1769-1777), cuyo primer director sería
el ilustre José de Viera y Clavijo. Se construyó el nuevo Hospital de San
Martín por el obispado, que iniciaba la línea emprendida y promovida por la
RSEAP que sería continuada por los sucesores en la mitra: Joaquín Herrera de
la Bárcena (1779-1783), Antonio Martínez de la Paza (1785-1790), Antonio Tavira
y Almazán (1791-1796) y Manuel Verdugo y Albiturría (1796-1816). Fueron estos obispos
los referentes e impulsores de las nuevas corrientes educativas, culturales y
científicas que se fueron introduciendo en el archipiélago, además del apoyo
económico a las obras de interés público.
Una
de esa obras de interés, realizada durante el mandato de Eguiluz fue la
adecuación y ordenación del llamado Paseo de la Mar, en la ribera de Vegueta
desde la "carnicería" hasta la torre de santa Isabel, actual Audiencia de Canarias, para continuar hasta las
portadas de los Reyes y de san José, la primera en el extremo sur de la actual
calle Reyes Católicos y la segunda aproximadamente en la imaginaria frontera
entre los Riscos de san Juan y san José, construyendo en el exterior de la
muralla sur el paseo de san José, que incluía "poyos" en distintos tramos, que probablemente fueron
sufragados por el Obispo, de donde le viene su denominación como Poyos del Obispo.
Estos
Poyos del Obispo estuvieron en el
paseo de san José que bordeaba por el poniente la finca o cortijo de Las
Filipinas, propiedad del mayorazgo Ruiz de Vergara, más allá de la muralla sur
de la Ciudad. Es esta condición, que
esté "por allá de la portada",
en el descampado camino a Telde, la que pondera o exagera las distancias, dado
que en ese tiempo el centro de la Ciudad
era la plaza de santa Ana que no quedaba tan lejos.
Probablemente,
la construcción del muro de contención del ampliado paseo de san José, dada la
diferencia de alturas con las tierras del cortijo, actual urbanización de san
Cristóbal, obligaría a la demolición de los "poyos",
que pudo acontecer al inicio de la segunda mitad del pasado siglo XX.
Como
se decía y recoge Pancho Guerra, cuando se quería llegar hasta los Poyos del
Obispo, eran palabras mayores, era "ir
a tener a ..." «Lugar distante,
a donde se llega forzado o a donde se alcanza cuando se lanza una piedra o
cualquier otra cosa arrojadiza: "Del
miedo abrió a correr, y fue a tener a los Poyos del Obispo"».
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