Hasta
hace pocos años, cuando entre un grupo de amigos alguien pronunciaba este decir o locución, manifestaba de esta
manera cierta necesidad apremiante de ir a orinar o mear, en la expresión más
vulgar.
El
origen de esta locución está precisamente en la micción rápida, por la gran
cantidad de orina acumulada en la vejiga que al caer con un gran flujo en el
inodoro o retrete produce la formación de espuma que se considera normal. Según
los galenos, sólo la persistencia de la espuma puede ser motivo de preocupación
si es debida a la presencia de proteínas en la orina, que cuando es elevada se conoce
en la medicina como "proteinuria".
La
expresión metafórica en el decir
guarda relación con el proceso para endulzar los conocidos chochos o altramuces,
que después de hervidos se dejan en agua fría y sal marina durante una semana, agua
que se debe cambiar dos veces al día para eliminar
las espumas y suciedades que desprenden los chochos durante su reposo en
agua.
Incorrectamente
se ha creído que el decir guardaba
relación con el orín de personas en avanzada edad. Probablemente esta creencia
naciera de entender que derivaba del verbo "chochear", del
que el DRAE nos aporta el significado de «Tener
debilitadas las facultades mentales por efecto de la edad»; y una segunda
acepción coloquial «Extremar el cariño y afición a personas o cosas,
a punto de conducirse como quien chochea».
Este
verbo "chochear" deriva de la voz onomatopéyica de "chocho", de la recreación del
sonido de algo en ese vocablo "chocho".
Ese algo nos lo aproxima Joan Coromines en su Diccionario Etimológico de la lengua castellana cuando recoge «chocho
'caduco, que chochea', 1611. Parece ser la misma palabra que el portugués chócho '(huevo) huero, podrido' y el
castellano clueco 'chocho, caduco';
procedentes ambos del nombre de la gallina que empolla -en la forma clueca y en
otras variantes-, porque el viejo achacoso debe permanecer inmóvil como la
gallina clueca».
Por su estrecha
relación con las islas, parece oportuno referir del amor y gran desamor que
mantuvieron Emilia Pardo Bazán y
Benito Pérez Galdós, y de la contada anécdota, cuando ya mayores se
cruzan, ella bajando una escaleras y él subiéndolas jadeante, dedicándose las
siguientes frases.
Le dice doña Emilia en tono burlón por su jadear:
- ¡Adiós,
viejo chocho!
Nuestro paisano don
Benito, haciendo gala de su acreditada sagacidad no perdió la oportunidad y
replicó:
- ¡Adiós, chocho viejo!
No
es casual, ni tampoco soez, la réplica de Pérez Galdós, pues son muchos los
testimonios de su afición por observar al pueblo llano, prestando especial
atención a sus medios de expresión, para comprender y explotar el habla coloquial
y su incorporación a su extensa obra literaria, como hiciera Miguel de
Cervantes. Se inspiró en la fuente directa del habla común, de la clase media,
de sus conversaciones espontáneas, de su acierto y oportunidad en el uso de las
locuciones.
En
su extraordinaria obra, utiliza aquellas fórmulas que los académicos consideran
coloquiales, familiares e incluso vulgares, y así nos deleita con un interminable
lenguaje coloquial incorporando todo tipo de locuciones o formas de hablar;
frases proverbiales, unas acabadas, otras aludidas, otras alusivas a personajes
o hechos históricos, algunas trabucadas; refranes completos, incompletos o
aludidos; sentencias y alusiones literarias, destacando las de Cervantes e
incluso bíblicas; además del metafórico diccionario popular de identificar
personas y cosas, con plantas u otros objetos.
Toda
la riqueza del lenguaje coloquial y popular elevado al máximo exponente literario,
lo que permite considerar su réplica a su muy amada primero, y, muy desamada después
Emilia Pardo Bazán, como una expresión muy natural con su extraordinaria y
celebrada forma de escribir. En la correspondencia entre ambos, de los tiempos de amores, nos dejaron buenas muestras de ese lenguaje.
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