Hasta
la primera mitad del siglo XX muchas familias vivían de lo que cosechaban en el
pequeño cercado que habían heredado de sus padres, en el que tenían una cabra y
donde habían construido su pequeña casa junto al camino cuando se casaron. Eran
tiempos de pocos puestos de trabajo, los más de jornaleros, tiempos en los que se
aprovechaban estos "cachitos"
de tierra para plantar verduras y otras hortalizas con las que se cocinaba el
potaje para dos días o más.
Dentro
de esa economía de subsistencia familiar, siempre se cogía algo más para
obtener algunas "perrillas" que ayudaban a vivir. Entre estos productos estaban
los rábanos frescos, recogiéndose los justitos que se
esperaban vender; se limpiaban y se ataba una media docena con una pequeña tira
de plataneras haciendo un manojo. Terminados los manojos, se ponían en un cesto de caña, se cubrían con
un trapo o saco bastante mojado, para que al día siguiente estuvieran todavía tiernos.
Cuando
ya había amanecido, temprano después de salir el marido para ganarse algo para el
sustento de la familia, la abuela o la mujer de la casa cogía la cesta de los rábanos tiernos
para iniciar su peregrinar por las tiendas conocidas de siempre y ofrecer sus
rábanos tiernos. Cada manojo, dos céntimos de peseta; casi nada, pero en aquellos
tiempos, ayudaban para mucho.
Siempre
se recogían los "justitos",
y era preferible llevar de menos, que de más. Los que no se vendían, ya no
estarían tan tiernos al día siguiente, y como además no era oportuno hacerlo
diariamente con los mismos productos, más duros estarían los rábanos cuando
tocara de nuevo su turno de llevarlos a las tiendas.
De
estas costumbres, quien se preciaba de ser buen vendedor de rábanos, siempre tendría que
llevar rábanos tiernos, pues si algún día trataba de colar rábanos
duros, con el intento habría perdido la confianza de los tenderos que
compraban frecuentemente sus rábanos y sus otras verduras, sencillamente, las
hortalizas de hojas verdes que siempre han de ser frescas y tiernas. De aquí el
decir, de cuando alguien alardeaba de
ofrecer o presumir de lo mejor, por las serias dudas de su interlocutor surgía
aquello de "Nadie vende rábanos duros" manifestando así su
desconfianza. Esta paremia, sentencia con presunción de inocencia, se sostendrá
mientras tanto sigan tiernos los rábanos.
El
rábano además de ser el protagonista de uno de los potajes de las islas, se
tomaba crudo como "conduto", como el queso, las aceitunas o el gofio amasado para acompañar a las comidas, o
más recientemente adornando una buena ensalada casera.
Pero
del rábano (Raphanus sativus) también
eran conocidas sus propiedades curativas y se tomaba crudo para combatir catarros
y otras enfermedades de los pulmones, para los problemas de estómago y otros
órganos. Pero sin duda su mayor valor curativo para aquellos tiempos en que
abundaban los piojos, pulgas y garrapatas que trasmitían el tifus; como nos lo describe Pancho
Guerra: «Cuando daban aquellos tifus de
tres meses, en que sólo se alimentaban con
rábanos majados y agüita de pan quemado, se quedaba un hombre ruinito en
cama». Con esta dieta, los escalofríos por las fiebres altas y los dolores
de cabeza, no era para menos. Una auténtica "ruina"
humana.
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