Este decir se sustenta en los principales atributos que este oficio
requiere, la experiencia y el gran conocimiento de su ganado que permite al
cabrero mantener con sus cabras una relación que le hace insustituible para su
ganado.
Llegan así a afirmar que cada cabrero cuida sus cabras porque otro no las cuidará nunca como su propio dueño. Algunos cabreros prefieren que sus cabras coman, y ellos quedarse sin comer hasta que acaben. La experiencia adquirida con los años le obligaba a desvivirse por sus cabras, pues conocía de cada una de ellas hasta el mínimo detalle.
Es como en ese refrán castellano que reza "Buey viejo, surco derecho", pues también el campesino sabe por conocimiento y experiencia que el buey acostumbrado al arado no se tuerce, y ello facilitará en tiempo y forma su labor.
Comentábamos arriba de esa especial relación del cabrero con su ganado, que le permite sentenciar con este otro decir de "Quien las quiere es quien las tiene", pues sabe que tiene mucho que andar con ellas para buscarle alimento, y muchos son los enemigos de las cabras, que no quieren ni verlas, y critican que los pastores anden por lo ajeno con sus cabras. Este rechazo no obedece a que las tierras estén en cultivo, pues es el cabrero el primero que se preocupará por respetar los cultivos.
Para algunos será simplemente que no les gusta las cabras, no comprenden por qué el cabrero sufre ese desprecio. No aprecian que de la relación cabrero-ganado se ha cumplido aquel refrán castellano que reza "Con el roce, nace el cariño", pues no todo en el cabrero es aprovechar leche y carne, y al ganado le dedica buena parte de su cariño (Fuente oral: Jose Manuel Martín Reyes / La Matanza de Acentejo).
Probablemente esa percepción que tiene el cabrero de los enemigos que tienen las cabras, parece agarrarse a ese refrán castellano que reza "Piensa mal, y acertarás", pues la crítica pudiera estar enraizada en la propia historia moderna de las islas donde siempre hubo conflictos entre ganaderos y cultivadores, donde los primeros representaban a la cultura conquistada y los segundos a los conquistadores.
Los documentos históricos dan cuenta que ya en el siglo XVI, la población aborigen tenía una gran experiencia en el pastoreo «Los esclavos guanches se utilizaron principalmente como pastores. Nadie como ellos conocía las sendas de la Isla, los lugares con pastos más abundantes, las partes más adecuadas para tener el ganado en cada estación del año y, en fin, todo lo referente a la naturaleza y hábitos de los animales isleños. (...) Los pastores tenían la obligación de permanecer junto al hato que guardaban, de recoger cada noche el ganado en las majadas y de quedarse a dormir en ellas.
La contravención, si era cometida por un guanche horro o por un gomero o por otra persona libre, se castigaba con la pena de 600 maravedis por la primera vez; con la del doble por la segunda, "y por la tercera, tras doblado"; si la falta era de un esclavo, se castigaba con pena de cien azotes. Estos esclavos pastores tenían que cumplir, además, todas las órdenes que les diesen los "fieles veedores" de ganados. Los pastores esclavos se traspasaban, cedían o vendían con los rebaños, casi como si fuesen unas cabezas más de ganado.
(...) Durante mucho tiempo se sucedieron las disposiciones encaminadas a disciplinarlos y a hacer completa y eficaz su sumisión. Se les acusaba principalmente de que amparaban y ahorraban a los guanches insumisos -alzados se les llamaba- y a otros esclavos. Se les culpaba de que, para ese fin, sustraían ganado y, en suma, de que eran ladrones incorregibles».
También hubieron pastores de cabras que ese tiempo alcanzaron la condición de horros, libres, y «cobraban éstos unos 5.000 mrs. de sueldo anual, más la comida, según era costumbre; si se les perdía una cabra tenían que pagarla; .si alguna se les moría de muerte natural, debían avisar al dueño o, si se hallaban lejos, presentarle la piel» (PÉREZ VIDAL, J.: "La ganadería canaria. Notas histórico-etnográficas", Anuario de Estudios Atlánticos, nº 9, 1963).
Un detalle por el que siempre se recordará al pastor canario es que «de un extremo muy fruncido que se ata al cuello del pastor, cae la manta suelta como una capa. Ha servido siempre como capa y como manta» y era tan previsores que algunos «pastores han llevado una piedra o tenique cosida en cada una de las esquinas inferiores de la manta. Supongo que para evitar que el viento les levantase ésta, y con el riesgo consiguiente, los arremolinase». De ahí que el cabrero además de guardar sus cabras, guarde también su manta.
Llegan así a afirmar que cada cabrero cuida sus cabras porque otro no las cuidará nunca como su propio dueño. Algunos cabreros prefieren que sus cabras coman, y ellos quedarse sin comer hasta que acaben. La experiencia adquirida con los años le obligaba a desvivirse por sus cabras, pues conocía de cada una de ellas hasta el mínimo detalle.
Es como en ese refrán castellano que reza "Buey viejo, surco derecho", pues también el campesino sabe por conocimiento y experiencia que el buey acostumbrado al arado no se tuerce, y ello facilitará en tiempo y forma su labor.
Comentábamos arriba de esa especial relación del cabrero con su ganado, que le permite sentenciar con este otro decir de "Quien las quiere es quien las tiene", pues sabe que tiene mucho que andar con ellas para buscarle alimento, y muchos son los enemigos de las cabras, que no quieren ni verlas, y critican que los pastores anden por lo ajeno con sus cabras. Este rechazo no obedece a que las tierras estén en cultivo, pues es el cabrero el primero que se preocupará por respetar los cultivos.
Para algunos será simplemente que no les gusta las cabras, no comprenden por qué el cabrero sufre ese desprecio. No aprecian que de la relación cabrero-ganado se ha cumplido aquel refrán castellano que reza "Con el roce, nace el cariño", pues no todo en el cabrero es aprovechar leche y carne, y al ganado le dedica buena parte de su cariño (Fuente oral: Jose Manuel Martín Reyes / La Matanza de Acentejo).
Probablemente esa percepción que tiene el cabrero de los enemigos que tienen las cabras, parece agarrarse a ese refrán castellano que reza "Piensa mal, y acertarás", pues la crítica pudiera estar enraizada en la propia historia moderna de las islas donde siempre hubo conflictos entre ganaderos y cultivadores, donde los primeros representaban a la cultura conquistada y los segundos a los conquistadores.
Los documentos históricos dan cuenta que ya en el siglo XVI, la población aborigen tenía una gran experiencia en el pastoreo «Los esclavos guanches se utilizaron principalmente como pastores. Nadie como ellos conocía las sendas de la Isla, los lugares con pastos más abundantes, las partes más adecuadas para tener el ganado en cada estación del año y, en fin, todo lo referente a la naturaleza y hábitos de los animales isleños. (...) Los pastores tenían la obligación de permanecer junto al hato que guardaban, de recoger cada noche el ganado en las majadas y de quedarse a dormir en ellas.
La contravención, si era cometida por un guanche horro o por un gomero o por otra persona libre, se castigaba con la pena de 600 maravedis por la primera vez; con la del doble por la segunda, "y por la tercera, tras doblado"; si la falta era de un esclavo, se castigaba con pena de cien azotes. Estos esclavos pastores tenían que cumplir, además, todas las órdenes que les diesen los "fieles veedores" de ganados. Los pastores esclavos se traspasaban, cedían o vendían con los rebaños, casi como si fuesen unas cabezas más de ganado.
(...) Durante mucho tiempo se sucedieron las disposiciones encaminadas a disciplinarlos y a hacer completa y eficaz su sumisión. Se les acusaba principalmente de que amparaban y ahorraban a los guanches insumisos -alzados se les llamaba- y a otros esclavos. Se les culpaba de que, para ese fin, sustraían ganado y, en suma, de que eran ladrones incorregibles».
También hubieron pastores de cabras que ese tiempo alcanzaron la condición de horros, libres, y «cobraban éstos unos 5.000 mrs. de sueldo anual, más la comida, según era costumbre; si se les perdía una cabra tenían que pagarla; .si alguna se les moría de muerte natural, debían avisar al dueño o, si se hallaban lejos, presentarle la piel» (PÉREZ VIDAL, J.: "La ganadería canaria. Notas histórico-etnográficas", Anuario de Estudios Atlánticos, nº 9, 1963).
Un detalle por el que siempre se recordará al pastor canario es que «de un extremo muy fruncido que se ata al cuello del pastor, cae la manta suelta como una capa. Ha servido siempre como capa y como manta» y era tan previsores que algunos «pastores han llevado una piedra o tenique cosida en cada una de las esquinas inferiores de la manta. Supongo que para evitar que el viento les levantase ésta, y con el riesgo consiguiente, los arremolinase». De ahí que el cabrero además de guardar sus cabras, guarde también su manta.
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