miércoles, 8 de enero de 2014

Las reses buenas se venden en la cuadra




Este decir que tiene su origen en la recurrida jerga pastoril, tiene su experiencia fundamentada en que las mejores reses no se venden en las ferias que se hacían en los distintos pueblos, sino en la cuadra donde acudían los interesados para examinarla más detenidamente y hacer una oferta al propietario de la misma.

Una vez más, la utilización de la jerga pastoril lo es para referirse a la joven hija "tesoro del alma", pues los padres tenían especial cuidado con dar la "bendición" a su hija para que acudiera a bailes o lugares donde presuponían eran ambientes donde los "guirres" abundaban y ponían en riesgo la virginidad de su preciado tesoro. Era la máxima del padre de familia.

La madre de distintos lugares con este mismo fin utilizaba una voz algo perdida de la que se desconoce su origen como nos cuenta Pancho Guerra. «¡EFASE! VOZ inefable con que la madre isleña expresa su oposición a los caprichos inconvenientes de su pequeño hijo.

Es sinónima de "imposible", "de ninguna manera". "iEfase!, eso no se coge!", dirá cuando el nene tienda a echar mano de una vasija de cristal. "iEfase!'", dirá también a su hija pollita, empeñada en ir a un baile "criticado". En el centro-sur de la Isla, donde únicamente hemos oído el término, lo usan también las mujeres para manifestar su viva oposición, por ejemplo, a ciertos extremos del juego del amor. Ante el galán de manos audaces, la moza canaria se enchapará hasta la raíz del pelo y dirá con la viveza de que sea capaz: "iEfase!" En ninguna parte hemos hallado antecedente de esta extraña voz. ¿No tendrá sus remotas fuentes en el galaico-portugués?».

La expresión pollita, o pollona, es determinante en cuanto a la edad e inmadurez de la hija «Moza nueva, joven que empieza a prometer. No es como en castellano, "Niño o niña de corta edad"». Sólo cuando la hija es algo rebelde en estos aspectos y difícil de dominar por los padres, lo habitual en el ámbito de la familia y puertas adentro era la locución "jija de Barrabás", con significado de mala hija, desvergonzada.

Tal preocupación por el temor a la deshonra de la hija por algún depravado, lo era precisamente porque no fuera "desgraciada", acción del verbo "desgraciar" del que Pancho Guerra nos ilustra con profusión de detalles de gran interés.

«DESGRACIAR (Desgrasiar).- Quitar a una moza honesta la honra mediante engaños. Por Castilla llaman a la misma faena "deshonrar", voz también usada en el país isleño, y que la Academia define: "Conocer torpemente a una mujer de buena opinión." Entre otras cosas, "desgraciar" vale en castellano por "echar a perder, perjudicar a una persona o cosa". La particularización insular muestra así su razonable etimología.

Desgraciarse es también caer arrastrado por una violencia extrema, en el trance de una agresión que quebranta la buena voluntad y tropieza con la ley. "No pegues a provocarme, que me desgrasio", gritará a quien le busca pelea y tendiendo al cuchillo el prudente exasperado.

En relación con el primer sentido, y como nota curiosa, digamos que las niñas isleñas solían ser desgraciadas, es decir, embelecadas y perdidas, arriba en lo hondo del pinar, dentro de su más recóndito y atortolado cobijo, y rara vez más cerca, en los trigos, cuando estaban encañados y maduros. La virgen canaria tenía sus casi exclusivas trampas en esos dos enmollecidos lugares, aquél tan palomo y éste como conociendo ya de la cama donde el fruto que mece habría de revenirse, como entendiendo desde el grano del maridable agasajo del horno.

En otro tiempo corrían de las casas a esas niñas heridas en la cintura y en los apellidos con tan vivo perdigón. Consentirlas sacaba la afrenta a insulto más allá de los patios afrentados. Se advierte en ello un grave acento castellano. Por Castilla dicen "deshonrabuenos" de la "persona que degenera de sus mayores y se envilece".

Recalaban las muchachas desgraciadas en la ciudad, por donde rodaban como tórtolas tocadas de ala. Y allí estaban igual que cazadores de acecho las patronas de las mancebías insulares, putas pasadas, con un bozo macho sobre la boca implacable y un manojo de llaves en la derrotada y deshonesta cintura. Las sanas y amorosas muchachas campesinas eran bien pronto ganado nuevo, lo que en la ínsula llaman pilfos: hembras desgajadas, con las carnes empalidecidas y así como socates, con la mirada de animalitos pateados.

Ya no volverían más ni a la sombra jubilosa de sus santos ni a los patios enramados de sus casas. Este rigor salvaje parece haber cedido, sustituido por una comprensión que parece acercarse a la que con su vieja "cultura de la sangre" practica la personal y sabia Galicia, en otros aspectos, tan semejantes a la tierra isleña».

Agustín Millares Cubas ya anticipó similar significado, más académico y generalista «Si bien el léxico grancanarío contiene algunos rasgos de ingenuo naturalismo, no faltan en cambio en él eufemismos y delicadezas dignos de buena nota. Sirva de ejemplo el verbo arcaico que ahora nos ocupa, en la frase tan usada en el pueblo y en el campo, desgraciar a una mujer, que sustituye a otras expresiones de dudosa cultura. —"Dicen que a la pobre Pinito la desgració su novio"».

No hay comentarios:

Publicar un comentario