Este
decir que tiene su origen en la
recurrida jerga pastoril, tiene su experiencia fundamentada en que las mejores
reses no se venden en las ferias que se hacían en los distintos pueblos, sino
en la cuadra donde acudían los interesados para examinarla más detenidamente y
hacer una oferta al propietario de la misma.
Una
vez más, la utilización de la jerga pastoril lo es para referirse a la joven
hija "tesoro del alma",
pues los padres tenían especial cuidado con dar la "bendición" a su
hija para que acudiera a bailes o lugares donde presuponían eran ambientes
donde los "guirres"
abundaban y ponían en riesgo la virginidad de su preciado tesoro. Era la máxima
del padre de familia.
La
madre de distintos lugares con este mismo fin utilizaba una voz algo perdida de
la que se desconoce su origen como nos cuenta Pancho Guerra. «¡EFASE! VOZ inefable con que la madre
isleña expresa su oposición a los caprichos inconvenientes de su pequeño hijo.
Es sinónima de "imposible",
"de ninguna manera". "iEfase!, eso no se coge!", dirá
cuando el nene tienda a echar mano de una vasija de cristal. "iEfase!'", dirá también a su hija pollita, empeñada en ir a un baile "criticado". En el centro-sur
de la Isla, donde únicamente hemos oído el término, lo usan también las mujeres
para manifestar su viva oposición, por ejemplo, a ciertos extremos del juego
del amor. Ante el galán de manos audaces, la moza canaria se enchapará hasta la raíz del pelo y dirá
con la viveza de que sea capaz: "iEfase!" En ninguna parte hemos
hallado antecedente de esta extraña voz. ¿No tendrá sus remotas fuentes en el
galaico-portugués?».
La
expresión pollita, o pollona, es determinante en cuanto a
la edad e inmadurez de la hija «Moza
nueva, joven que empieza a prometer. No es como en castellano, "Niño o
niña de corta edad"». Sólo cuando la hija es algo rebelde en estos
aspectos y difícil de dominar por los padres, lo habitual en el ámbito de la
familia y puertas adentro era la locución "jija de Barrabás", con
significado de mala hija, desvergonzada.
Tal
preocupación por el temor a la deshonra de la hija por algún depravado, lo era
precisamente porque no fuera "desgraciada", acción del verbo
"desgraciar"
del que Pancho Guerra nos ilustra con profusión de detalles de gran interés.
«DESGRACIAR
(Desgrasiar).- Quitar a una moza honesta la honra mediante engaños. Por
Castilla llaman a la misma faena "deshonrar", voz también usada en el
país isleño, y que la Academia define: "Conocer torpemente a una mujer de
buena opinión." Entre otras cosas, "desgraciar" vale en
castellano por "echar a perder, perjudicar a una persona o cosa". La
particularización insular muestra así su razonable etimología.
Desgraciarse es también caer
arrastrado por una violencia extrema, en el trance de una agresión que quebranta
la buena voluntad y tropieza con la ley. "No pegues a provocarme, que me
desgrasio", gritará a quien le busca pelea y tendiendo al cuchillo el
prudente exasperado.
En relación con el primer sentido, y
como nota curiosa, digamos que las niñas
isleñas solían ser desgraciadas, es decir, embelecadas y perdidas, arriba
en lo hondo del pinar, dentro de su más recóndito y atortolado cobijo, y rara vez
más cerca, en los trigos, cuando estaban encañados y maduros. La virgen canaria
tenía sus casi exclusivas trampas en esos dos enmollecidos lugares, aquél tan
palomo y éste como conociendo ya de la cama donde el fruto que mece habría de revenirse,
como entendiendo desde el grano del maridable agasajo del horno.
En otro tiempo corrían de las casas a
esas niñas heridas en la cintura y en los apellidos con tan vivo perdigón. Consentirlas
sacaba la afrenta a insulto más allá de los patios afrentados. Se advierte en
ello un grave acento castellano. Por Castilla dicen "deshonrabuenos"
de la "persona que degenera de sus mayores y se envilece".
Recalaban las muchachas desgraciadas
en la ciudad, por donde rodaban como tórtolas tocadas de ala. Y allí estaban
igual que cazadores de acecho las patronas de las mancebías insulares, putas
pasadas, con un bozo macho sobre la boca implacable y un manojo de llaves en la
derrotada y deshonesta cintura. Las sanas y amorosas muchachas campesinas eran
bien pronto ganado nuevo, lo que en
la ínsula llaman pilfos: hembras
desgajadas, con las carnes empalidecidas y así como socates, con la mirada de animalitos
pateados.
Ya no volverían más ni a la sombra
jubilosa de sus santos ni a los patios enramados de sus casas. Este rigor
salvaje parece haber cedido, sustituido por una comprensión que parece
acercarse a la que con su vieja "cultura de la sangre" practica la
personal y sabia Galicia, en otros aspectos, tan semejantes a la tierra isleña».
Agustín
Millares Cubas ya anticipó similar significado, más académico y generalista «Si bien el léxico grancanarío contiene algunos
rasgos de ingenuo naturalismo, no faltan en cambio en él eufemismos y
delicadezas dignos de buena nota. Sirva de ejemplo el verbo arcaico que ahora
nos ocupa, en la frase tan usada en el pueblo y en el campo, desgraciar a una mujer, que sustituye a
otras expresiones de dudosa cultura. —"Dicen que a la pobre Pinito la
desgració su novio"».
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