viernes, 3 de enero de 2014

El gallo que no canta en su gallinero es porque ya cantó en el forastero




Dedicado "amablemente" a quienes no les apetecía tener relación con su mujer, por haberla tenido con otras mujeres. Contrasta este decir un tanto conformista, como hecho irremediable, de esa arcaica sumisión que en tiempos pasados le debía la mujer al marido, y contrasta con la expresión castellana de "poner los cuernos", referido a la infidelidad matrimonial.


Esta expresión o locución castellana según algunas fuentes tiene su origen en las costumbres vikingas y el derecho de pernada de los jefes tribales sobre las mujeres de su entorno, quienes acostumbraban a poner sobre la puerta de la "casa" ajena su casco y los cuernos de beber cuando mantenían las relaciones sexuales, al objeto de advertir de su presencia en la misma.


Otras fuentes, por lo lejano que resulta este costumbrismo, refieren que se debe a la fábula de Pitas Payas en el El libro de buen amor, de Juan Ruiz conocido como el Arcipreste de Hita (1284-1351). El poema narra de cuando el pintor Pitas Payas recién casado, antes de marchar a Flandes, pintó bajo el ombligo de su bella mujer un pequeño cordero en garantía que la impidiera hacer cualquier locura. Meses después, ella viéndose sola y deseosa, tomó un amigo que le acompañaba en la cama, borrándose el cordero. Habían pasado dos años cuanto tuvo noticias de la vuelta del pintor, y pidió a su amante le pintara en el mismo lugar un cordero. Con las prisas según narra, pintó un carnero con buena cornamenta. Así, cuando llega Pitas Payas y comprueba la pintura en el cuerpo de su mujer, sorprendido le espetó:


«─ ¿Cómo, madona, es esto? ¿Cómo puede pasar que yo pinté corder y encuentro este manjar?.

Como en estas razones es siempre la muger sutil y mal sabida, dijo:

─ ¿Qué, monseñer? ¿Petit corder, dos años, no se ha de hacer carner? Si no tardaseis tanto, aún sería corder».


En las islas, en el léxico los atributos que dan nombre coloquial a estas costumbres son llamadas de distinta manera, y como bien dice el diccionario de la Academia Canaria de la Lengua, se llama tarro al «Cuerno de los animales. 'A la cabra que tiene los tarros abiertos la llaman ballestera'».


De ahí que Pancho Guerra en su léxico recoja, con cierta interpretación machista debida a los tiempos que corrían, «TARROS.- En sentido figurado: cuernos, aplicado a aquellos que por otra denominación se les dice "cabrones". Se dice se le "pone los tarros" al marido engañado con otro hombre por una mujer. ¿Es cubanismo?».


Siempre las referencias serán en definir que quien practica la infidelidad es la mujer, nunca el hombre, y así incluye varias entradas a su léxico: «TARROS = figur. cuernos, de mujer infiel, infidelidades hacia su marido»; «ENTARRAR = poner los cuernos, ser infiel». Sí parece no distinguir el género del infiel cuando define «COBIJAR.- Tener trato íntimo con mujer, especialmente el furtivo» y «FALTAR = ser infiel en el matrimonio», definición que parece derivar de su sinónimo de ofender.


Siempre fue utilizado también como una clara ofensa, tal como lo relata en su libro Memorias de Pepe Monagas:


«Recompuse la cara para que no se dieran el gustazo de averme dolido. Llegué, aparentemente, tan fresco y tan ancho como la hoja de una ñamera. Asomé a la puerta y me planté en el umbral.

─ Mastro Juan Garepa- dije al patrón, que me miró cambado y suspenso ante la descarada cita de mi nombrete, en cuya entonación cargué la mano-, que dise mastro Lorenzo que en lugar de estar dando el requilorio con la piedra de la serda, que pa que no agarra usté uno de los dos tarros que tiene -de su mujer,¿sabe?-, que seguro que le hasen mejor oficio ...

La carcajada del corrillo de cotorrones se oyó en el barranco de Arguineguin. Atrás me zingó en el oído un tarugo de tea, que todo lo que anduve liviano para destorcerme, no me trincó, abriéndome un túnel como el de Telde».


En tiempos de la gran emigración de canarios que se buscaban la vida en Cuba, antes y después de su independencia de España en 1899, recoge Pancho Guerra otras locuciones que hacían referencia a las secuencias que se daban con las esposas que aquí quedaban: «"El padre hay más de dos años que fue pa la Habana, cristiano". En el bautizo, cuando el cura pregunta por el padre del crío. Discusión entre la suegra y la nuera». De donde la mención de la capital cubana lo era para apuntalar la infidelidad de la mujer con su marido ausente, cuando probablemente ella venía ostentando silenciosamente la condición de "Viuda Blanca", según se describe en la película documental de producción canaria realizada por Ana Pérez Pinto, Dailo Barco Machado y Estrella Monterrey en 2012 ( Tráiler Viudas Blancas).


Algo parecido sucedió en la guerra civil española, cuando fueron movilizados muchos maridos obligados por la Dictadura que dejaban en las islas a sus mujeres, quienes se auto-consolaban con el decir "Lo que va allá, no viene aquí" o algo similar "Lo que se deja allá, no viene aquí", típica airosa contestación cuando alguna vecina "jodelona" pudiera apuntar maliciosamente la posible vida amorosa que su marido pudiera tener en la península, dado que lo importante para su familia era que el hombre regresara vivo de una guerra que solo deparó odio y auténticas miserias humanas.


Ahora, en pleno siglo XXI, parece que viajamos en la imaginaria máquina del tiempo, hacia atrás para redescubrir a nuestro "gallo" en las fronteras del siglo XIX, cuando pastores eclesiásticos de Granada anclados en Trento, editan panfletos o manuales que ordenan en imperativo a la mujer  "cásate y se sumisa". También hay proclamas de ortodoxos periodistas de mucha Razón, predicando que "habrá que enseñar a las mujeres a no quedarse embarazadas". Mentes privilegiadas que han compuesto el nuevo teorema de Pitágoras, de dos cuadrados catetos: "Ser casada, sumisa y no quedar embarazada". Es la nueva ilustración inquisitorial de la cuadrada hipotenusa.


Mejor seguir con nuestros decires, a pesar de que algunos ignoran sus enseñanzas: Hablar bien y dar buena respuesta, mucho vale y poco cuesta.
  

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