En las islas han habido épocas de gran hambruna en las
cuales la castaña fue un sustitutivo de la papa en los potajes, acompañando al
pescado salado o simplemente asadas con la ardiente pinocha, siguiendo la
costumbre de los pastores que aprovechaban el fuego encendido en las suaves
noches del otoño, cuando los "erizos" del castañero caen al suelo y se
abren sus cuatro valvas para ofrecer su fruto: la castaña.
Es tradicional en las noches de los "finaos" -de aquellos
que le llegó su fin, la de todos los difuntos- celebrarla asando castañas con
un caldero viejo agujerado sobre una buena brasa. Otros las prefieren guisadas
y aderezadas con granos de matalauva. Esta tradición según algunos autores
guarda relación con las antiguas creencias populares relativas a aquelarres de
brujas y de ánimas que deambulaban entre las sombras de la noche de "finaos"
acercándose al fuego del hogar.
Y entre tanta animada celebración con timples y guitarras, siempre
hay unos que tienen que sacar las castañas del fuego, soportando el calor en
sus dedos y el riesgo de quemarse, y otros que están muy espabilados esperando
que pierdan algo de calor para pelarlas y comerlas.
Posiblemente fuera importado como el mismo castañero, y de este
devenir debió surgir el dicho que afirma que en los momentos difíciles y
complicados siempre hay personas que están dispuestas a resolver la situación,
aún arriesgando su integridad; y otras hay que se aprovechan de ellos, sin ni
siquiera manifestar su agradecimiento.
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