Probablemente el origen de este decir guarde relación
con el esfuerzo físico que el canario realizaba en determinados trabajos. En las
islas son muchos los vestigios del paso del hombre, y adquieren su mejor
valoración cuando reparamos en el esfuerzo humano que su realización en tiempos
pretéritos debió demandar, cuando los auxilios mecánicos eran prácticamente inexistentes.
Sólo pensar en cómo pudieron subir nuestros
aborígenes los grandes palos a sus cuevas en riscos y solapones. Ya más próximos
a nuestros tiempos, recordar el esfuerzo que hicieron los canteros para
trasladar los grandes bloques de piedra a los labrantes, o el número de hombres,
bestias y esfuerzos que fueron necesarios para construir tanta pared de piedra que
escalonadamente forman las cadenas que cubren las laderas para su
aprovechamiento agrícola. Sin olvidar, la incalculable cantidad de racimos de
plátanos cargados.
En ese esfuerzo humano, la experiencia decía que
había que tomar con serenidad y decisión la piedra o el racimo y levantarlo para
descansarlo en el hombro. La parada en el pecho era un claro indicador de que
se había iniciado mal el levantamiento, y que el segundo esfuerzo desde el
pecho era una tarea casi imposible. Se producía el "parón"
perdiéndose la inercia del impulso inicial, y la parada en el pecho castigaba
el lumbago. Muchas mañas se aprendieron, y la piedra pasaba directamente al
hombro del peón de carga que se situaba en un andén inferior, y el racimo desde
el mismo corte de la platanera al hombro del jornalero.
De ese enorme esfuerzo y la inconveniencia del
pecho humano para soportar cargas físicas, se llega a la carga psíquica que
supone soportar las "inconveniencias"
de las imprudentes y desafortunadas manifestaciones de los "conocidos". Éstos, cuando advierten que lo dicho ha
motivado en nosotros un singular "parón
en seco", con un silencio de "mosqueo",
y no sólo porque de tanto silencio se puedan oír las moscas, sino también del reflexivo verbo "mosquearse", o lo que es lo
mismo, «Resentirse por el dicho de otra,
creyendo que lo ha proferido para ofenderle», es cuando para espantar ese
mosqueo, esas "moscas", el
conocido como quien pone un ungüento "curalotodo"
dice aquello de Chacho, "No te cojas las cosas a pecho".
Pero ya nuestro pecho está tan encendido, está tan
hinchado, mucho más después del decir, que dentro se nos queda un "berrinche" que acaba como si
una de esas imaginarias moscas nos rozara y descargamos al aire la fuerza
contenida en nuestros brazos, acompañada de esa otra gentil frase que más de
uno dirá: "la madre que te
trajo". Así somos de comprensivos.
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