viernes, 11 de octubre de 2013

El que quiera lapas, que se moje el culo



Está claro que hace referencia a la necesidad del esfuerzo personal para conseguir alguna meta.

Algo debemos tener claro de este molusco y el particular esfuerzo que comporta su recolección que da argumento a nuestro decir. Que su recolección en estas islas, no es un hecho de ayer, ni de antes de ayer. En la prehistoria de la isla, antes de su conquista, ya se tienen noticias de que recolectaban lapas y otros moluscos por nuestros antepasados, y posiblemente de la forma más rudimentaria, es decir, prácticamente como se hace en la actualidad con la ayuda de algún utensilio, en la franja inter-mareal de nuestra costa, donde olas de la marea baja nos mojan de la cintura para abajo.

Algunos más habituales de hoy, lo hacen con un “lapero”, un mango de madera con un filo metálico. Otros, no tan habituales se auxilian en el mejor de los casos con una pequeña espátula, con un simple cuchillo. Localizada la lapa, que se adhiere cuando la marea baja a las piedras para mantener su humedad interior, con un golpe seco que le damos con el utensilio que usamos, intentaremos despegarla de la piedra. Así de sencillo, sin más arte, salvo aguantar la ola que viene y va. Pues las que están donde la ola no llega, son más duras y se corre el riesgo de que no sean comestibles.

En muchas de nuestras costas se han localizado los llamados “concheros”, que según los arqueólogos se corresponden con lugares donde los aborígenes canarios acumulaban las distintas “conchas” de los moluscos que recolectaban. Tal definición es dada cuando dichas conchas analizadas en laboratorios sustentan su antigüedad a partir de los cinco siglos. De su aprovechamiento hay distintas versiones, muchas de ellas relacionadas con el extracto social más bajo de los aborígenes, y apuntando mayoritariamente al consumo alimentario humano de sus carnes o partes blandas.

Más complejo resulta conocer el aprovechamiento que le daban a sus “conchas” o partes duras, donde unos apuntan su uso religioso, otros su finalidad ornamental, y otros dicen que era un utensilio para comer, confeccionar, afilar, etc. dado que su gran dureza permitía tales utilidades. Algunos generalizaban y sostenían que eran utilizadas para todas esas cosas antes dichas, sin discriminación.

Analizadas en mayor profundidad las conchas encontradas en lugares habitacionales o  funerarios de yacimientos de singular importancia: Caserones, Lomo Caserones y Llano de las Brujas, los primeros ubicados en la desembocadura del Barranco de La Aldea,  y el último en Jinámar, se han esbozado las distintas teorías.

En cuanto al uso alimentario de sus partes blandas, «Imaginamos que el sancochado, la salmuera o el secado al sol fueron costumbres ejercitadas desde entonces, ya que conocían el fuego, cocinaban en vasijas de cerámica, y tenían la sal que se deposita en los charcos. Destaca la combinación del marisco con el gofio, por ejemplo: las huevas de erizo acompañadas de “puños” de esta harina tostada, la elaboración de caldos con cualquier cosa de la mar que le de sabor, como las algas verdes adheridas a las piedras, los burgaos, los cangrejos, etc.., aprovechando el agua para escaldar el gofio».

Y en lo relativo a sus partes duras, «Aparecieron restos de lapas con desgaste o almagre, burgaos con líneas grabadas, conchas perforadas y con restos de combustión. En este aspecto, sólo podemos adelantar algunas hipótesis previas, orientadas a continuar investigando acerca de la transformación intencionada de las mismas. El desgaste podría obedecer al uso de los bordes dentados de las lapas como raspadores para alisar pieles, o a su función como cucharas. Las superficies almagradas hacen suponer que algunas se empleaban para contener sustancias de este tipo, con las cuales decorar vasijas o pequeños espacios. Por otra parte, aún no se tiene una respuesta clara para explicar la presencia de los materiales calcinados, pues quizás obedeciera a una cuestión meramente fortuita».

«Respecto a las conchas perforadas y grabadas, se realizó un pequeño experimento con industria lítica del que se extrae, con ciertas reservas todavía, que dichos trabajos debieron hacerse con instrumentos de factura vítrea, es decir, obsidiana o similares.»

Más concretas resultan las evidencias encontradas «El Museo Canario tiene expuesta una diadema de cuero con espiras de “Conus sp.” cosidas a lo largo. Proviene de una momia de Guayadeque y tal vez sea un distintivo jerárquico dentro del grupo social. Las que aparecieron perforadas pendieron del cuello o de algún extremo de la vestimenta de los canarios. Su fin más que estético, podría ser simbólico, teniendo en cuenta tales antecedentes. La “Columbella rustica striata” con la espiral grabada en su parte más estrecha, muestra que debió contener un sentido propiciatorio o religioso para quien la portara».

Bibliografía BATISTA GALVÁN, C.: “El marisqueo en la prehistoria de Gran Canaria”, Vector Plus ULPG nº 18, 2001 (pp.67-76).


Desde la perspectiva del léxico grancanario, Pancho Guerra nos deleita con la frase: ¡ahora que hay marea, golpe a la lapa!, con el significado de aprovechar la ocasión.

También nos habla de la palabra "atabicar", con el significado de «Atrapar a uno cerrándole el paso; cogerlo entre la espada y la pared (...) Si en una de estas circunstancias excepcionales se tropieza en la calle con un latoso adhesivo, uno de estos ciudadanos que se pegan como lapas del atosigado tiempo del prójimo,...», denotándonos la gran dificultad y destreza que se requiere para despegar las lapas de las piedras, mientras las olas se mofan del atrevido.

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