Una vez más un decir surge de la
sabiduría de la vida pastoril, en este caso donde sentencia un tercero que
contempla la eterna discusión de dos "cabeceadura", o seseando "cabeseadura", que como dice
Pancho Guerra es «Obstinación, terquedad, emperramiento: la "cabezonada”
castellana. (El diccionario da también "cabeciduro”, por testarudo».
Confirma el decir
que cuando dos "cabeceaduras"
comienzan su eterna discusión, nunca terminarán en un acuerdo por sus propias iniciales
convicciones invariables ante las de otros. Hoy se les dice que son "cabezudos de mollera", que
tal como recoge el DRAE es la «Parte más
alta del casco de la cabeza, junto a la comisura coronal», confirmando la
actualización que sus ideas están bien guardadas en el más recóndito lugar de
su cabeza.
No resulta extraña
la mención a los carneros, en gran medida por la fisonomía de su cabeza, y
además por el vínculo ancestral que el canario ha mantenido con este animal. Ya
en la prehistoria de las islas, de este animal obtenían sus ropajes como lo recoge
Abreu y Galindo:
«El
vestido y hábito de los de esta isla era de pieles de carnero como salvajes, ropillas con manga hasta el codo,
calzón engasto hasta la rodilla, como los de los franceses, desnuda la rodilla,
y de allí abajo cubierta la pierna con otra piel hasta el tubillo. (...) las
mujeres traían tamarcos de cueros de cabras, y encima pellicos o ropillas de cuero de carnero y los mesmos bonetes pelosos
del mesmo cuero».
Igualmente aprovecharon
su carne, como cuenta Nuñez de la Peña: «Sus
manjares, carnes de carnero, cabra,
etc. asadas y bien tostadas, miel de mocanes, gofio, en Canaria se cogio algun
trigo y harina de frangollo cocido con leche, frutas y estimaban mas las silvestres».
Y hasta sus huesos
para sus útiles de defensa, cultivo, caza y pesca: «Cojían gran cantidad de pezcado en corrales que hacían, i lo más con ançuelos de cuernos de carnero labrados con
fuego i agua caliente con los pedernales i eran fuertísimos aún mejores que los
de acero».
Tras la llegada de
los castellanos, en muchas ocasiones a los nuevos colonos se les entregaba
medio centenar de ovejas traídas de Castilla y un "carnero padre", para favorecer su reproducción.
Muchas costumbres
ancestrales del pastoreo se mantuvieron durante siglos, y tomando como ejemplo por ser
la isla donde más se mantiene, de las tradiciones majoreras se cuenta que: «Al terminar la apañada se mataba el mejor carnero, se repartían las bañas
[grasa de animal] que se comían
crudas y se bebían la sangre caliente. Los más viejos, como no podían correr,
juntaban la leña, asaban la carne y preparaban el agua de la fuente, el vino y
el ron. Alrededor de la hoguera del asadero se bailaba con las latas».
No debe por ello
extrañar el recurso metafórico de las dos "cabezas
de carnero" para este decir que habla de los "cabeceaduras" que
nunca se pondrán de acuerdo, que nunca cabrán en el caldero.
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