Se cree que surgió de las frecuentes hambrunas que
soportaban las islas de Fuerteventura y Lanzarote entre los siglos XVII y
XVIII, cuando se vivieron auténticas situaciones de calamidad pública.
La escasez de alimentos pudo ser en parte aliviada,
recurriendo a aquellos alimentos que acostumbraban a llevar los pescadores en
sus largos períodos de estancia en el banco pesquero canario-sahariano frente a
las costas africanas, y entre estos los que más tiempo se conservaban en buen
estado para su consumo eran el gofio y la jarea.
La gran hambruna provocó la migración de muchos de sus
habitantes hacia Gran Canaria, que aun soportando iguales condiciones de
calamidad, ofrecía mejores expectativas en los cultivos, y así familias enteras
ocuparon las tierras de realengo de Artenara y Tejeda, lo que motivaría la
fuerte oposición de los ganaderos con intereses contrapuestos que se quejaron a
los Corregidores demandando el cumplimiento de la ley Real Pragmática de 1748
dada por Fernando VI que favorecía el uso ganadero de dichas tierras para
pastos, que después denunciarían en la Audiencia.
La llegada de conejeros y majoreros preocupó tanto que el
Cabildo de Gran Canaria, tomó un acuerdo que podría considerarse en cierta
manera insolidario: «en sesión abierta el
Cabildo grancanario y como la cuestión es grave, por poner al borde de la
muerte a masas de población, recurre a consejo de teólogos y juristas. La
decisión es terminante: se acuerda comunicar al Cabildo de Fuerteventura que
Gran Canaria no admitirá a más emigrados de esta Isla y de Lanzarote que los
tres mil que hasta el momento han llegado…».
Superadas aquellas hambrunas, en la memoria colectiva quedó
este pensamiento como emblema de resistencia frente a la adversidad en la vida
diaria.
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