Decía
Agustín Millares Cubas que ¡AMARGOS CHOCHOS! era una «Exclamación expresiva de lástima, de compasión
por la desgracia o contratiempo sufridos por persona no unida a nosotros por
lazos de familia o de verdadero cariño. Por ejemplo, se deshace un matrimonio
en proyecto o se pierde un destino o colocación que se tenía por seguros: ¡Amargos chochos!».
Con
posterioridad Pancho Guerra nos ampliaba la información aportando el origen de
la expresión y las variaciones que se incorporaban como decires: «CHOCHO.-
Altramuz. (El altramuz recibe este nombre en diversos lugares
de la Península, pero por falta de fortuna popular, o por una suerte de pudor
ante sentidos figurados del vocablo, apenas tiene uso allí.
En Gran Canaria, por el
contrario, es de aplicación constante y exclusiva, pese a que también se le
conoce con ulteriores intenciones. La razón puede estar en que es fruto de
mucho consumo, especialmente como tapa o enyesque. ¡Amargos chochos!: locución con que se expresa el acento singular
de un dolor o un mal trance.
Estar más amargo que los chochos: pasar por una pena
grande. (El mareante isleño y la madre primeriza, que cuenten que rebasaron una
brava zarabanda de las aguas y un parto de los de palmo a palmo y mucha
quejumbre, matizarán así el relato de la crujía: “iAmargos chochos, usté!”)».
Ya
en este siglo XXI la Academia Canaria de la Lengua en su entrada al diccionario
de canarismo nos aporta dos acepciones a CHOCHO: «1. m. (Lupinus albus) Planta de la familia de las leguminosas, de poco
más de medio metro de alto, flores blancas y fruto en legumbre o vaina, que
contiene cinco o seis granos redondos, chatos y muy amargos. 2. m. Cada uno de
los granos del fruto de esta planta, altramuz. 'Los chochos se meten en charcos
de agua salada para endulzarlos'».
Cuando
con una cerveza, o sin ella, degustamos los salados Chochos estamos hablando
de la legumbre llamada en otras partes altramuz,
fruto de la planta llamada Lupinus que
por su belleza se comercializa como planta ornamental. Por su apariencia,
sabemos que tiene forma redondeada y bastante plana, con una piel lisa y de
color amarillento que se separa al apretar con el pulgar y el índice.
En
las tierras donde se les conoce como altramuces, como otras hortalizas secas en
estado crudo, suelen cocerse para elaborar sopas y potajes, u obtener otros derivados como harina, sustitutos de café,
aceites e incluso paté.
Los
chochos
en su estado natural tienen un notable sabor amargo debido a los alcaloides. Contienen
aproximadamente un 15%
de grasa, por lo que sólo es superado por la soja y el maní (cacahuete),
de tipo insaturada, es decir, considerada grasa saludable. Junto con la soja es
de las fuentes más ricas en proteína vegetal: 39 por ciento, frente al 25 de otras
legumbres. Como semilla oleaginosa concentra cantidades importantes de
vitaminas del grupo B y vitamina E, además de cinc, potasio, fósforo y
magnesio.
Pero
todas las bondades de los chochos que los especialistas equiparan
a las de la soja, se han minimizado por su notable amargor en estado natural,
por lo que se realiza un proceso para endulzarlos y puedan ser consumidos. Son
distintas las recetas que se han seguido para ello, todas fundamentadas en el
tiempo de remojo en agua y el guisado. La más tradicional era dejarlos medio
día en agua fría, después guisarlos a fuego lento, para después volverlos dejar
en agua fría y sal marina durante una semana, eso sí, cambiando el agua dos
veces al día para eliminar las espumas y suciedades que se desprenden. Una
regla sagrada: se prohibía usar recipientes o cubiertos de metal para no
corromper el agua. Se recomendaba la madera natural.
Las
"penalidades" de los "amargos chochos" nacieron en
la necesidad y costumbre de irlos probando a partir del tercer día de remojo,
para así conocer de su punto de amargor y de su salado, para que estén al gusto
deseado, pues si se dejaban más tiempo, se volvían "momios" o "abobados",
desagradables de comer. De aquí el amargo
tormento de los primeros días de probanza culinaria.
En
las islas, además de las plantaciones de chochos se tenía la costumbre de
endulzarlos en el litoral, en los charcos inter-mareales, dado que las propias
mareas se encargaban de renovar el agua. De los cultivos, de su transporte, de
su lavado en barrancos o en la orilla del mar, muchos son los lugares de las
islas que su nombre, en singular o en plural, lo conforman asociado el cuerpo del
topónimo. Así tenemos huellas toponímicas en muchas bajas y charcos en el
litoral, o en barrancos, cercados,
cuevas, charcas, gollada, hoyas, hoyeta, joya, ladera, lomos, llanos, maretas,
paso, piedra, pileta, risco, secadero
y vereda, en el interior. Todo el
lujo de una interminable lista de lugares que salpican nuestras islas del recuerdo
amargo que se volvió dulce.
Me encantan los chochos.!
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