En
su publicación Cómo hablan los canarios, editada
por el Cabildo de Gran Canaria en 1922, el académico Agustín Millares Cubas
hacía una refundición del léxico de la isla incluyendo, entre muchas, la
palabra tollos aportando la siguiente
información:
«Las tiras del negro cazón,
secas y endurecidas por la acción del sol y del aire, se convierten en recios vergajos,
los tollos del léxico canario. Se venden por las puertas, reunidos en manojos
que tienen la aspereza y la contundencia de unas disciplinas. Divididos en trozos y cocinados de
diversas maneras forman un plato característico de la cocina isleña semejante, pero
inferior, al bacalao.»
Aunque
todos mayoritariamente sabemos de lo que se trata, por completar dicha
información mencionemos que el DRAE dice del cazón que es un «Pez selacio
del suborden de los Escuálidos, de unos dos metros de largo, de cuerpo esbelto
y semejante al del marrajo, pero la aleta caudal no es semilunar y la cola
carece de quillas longitudinales en su raíz. Tiene los dientes agudos y
cortantes».
Tal
como cuenta Millares Cubas esos "recios
vergajos de tiras secas y endurecidas al sol", así conservados en los
tiempos que no existían las neveras, y el hielo de los neveros traído en asnos
desde los pozos de las nieves en la Cumbre, era un artículo de lujo al alcance
de muy pocos, tenían y tienen una poca agradable presencia. Para cualquiera que
desconociera su uso culinario, la simple contemplación de los secos tollos no despertaría apetencia alguna,
más bien repugnancia, e incluso podría pensar que se trata de algún tipo de
fusta para atizar a las bestias, eso sí muy tosca y fea sin ninguna trencilla
decorativa.
Pero
todos ya sabemos, que desde este estado de fealdad, cuando los tollos se trocean
en pedazos medianos, y después de dejarlos en remojo en agua y sal de un día
para otro, se lavan, se guisan con agua para que se ablanden, se escurre parte
del agua, se añade aceite, vino, el vinagre, y ese majado del mortero tan de
las islas, de ajos, pimienta roja, comino, azafrán, pimentón, la sal y migas de
pan, al cuarto de hora tenemos ese compuesto, con una presencia, con una vista usted, que la lengua humedece
los labios antes de llegar a saborear olor y sabor, para terminar chupándonos
los dedos y no perder nada de nada.
Es
este cambio de la vulgaridad y poco atractivo del tollo seco, a la exquisitez visual y gustativa del compuesto de tollos el origen de este decir aplicado a los humanos desaliñados que se vuelven aliñados como por arte de magia.
Es
uno de los decires más recurridos por
Pancho Guerra en su publicación Las
memorias de Pepe Monagas, desde sus primeros cuentos cuando dice «... el abuelo Lucas se compuso como los tollos -flus nuevo, hecho para el caso en la
Ciudad por una costurera de La Portadilla, camisa de mucho almidón, rizada
pechera, con botones refiladitos de colorado y zapatos a medida- y se hincó de
rodillas a la banda de María, la jacarandosa romera de la cachetada en la taifa
de Tunte, que iba . también hecha un pino de oro, con todos sus alfileres, repulida
y pasamaneada ...».
Pero
no es atributo o piropo exclusivo dedicado al género masculino, pues dice
también de las féminas «Quitábanse, por
último, el medio pañuelo anudado bajo el quejo, se ponían las mantillas de
franela blanca o negra y, ya compuestas como
los tollos, tiraban para misa a tiempo "de dejar"».
Pancho
Guerra nos define también el decir en
su tratado sobre el léxico y lo resume «Compuesto como los tollos: Se dice de quien va extremadamente
elegante, emperifollado, repulido, de punta en blanco».
Pero
es en boca de su personaje Pepe Monagas como mejor nos describe la expresión,
aquello de lo que también se decía "el
traje de los entierros" cuando se iba en primera fila con cara de
mucha pena. Así nos describe el lujo extremo del vestuario:
«El padrino era don Benito Arocena, un
caballero del Casino, de blanca y acicalada barbita, pantalón acañado sin
vuelto, zapatos color avellana altitos de talón y finitos de puntera, bastón
repulido de leña buena y un callo de los que esta gente medio muerta de las
fuerzas vivas administra como si fuera un don, hasta el punto de que no sólo no
les descompone el tipo, sino que les arrima prestigio, por meterles el andar en
un respetable compás de trono.
(iTenia usted que haberlos visto pasar
Vegueta transformando el juanete en señorío!) El señor de Arocena, que estaba siempre compuesto como los tollos,
pero que iba en la ocasión así como de "mírame y no me toques",
andaba por dentro igual de esmerilado. No le extrañará, pues, que se quedara
más tieso que un difunto ante el sorprendente espantón de su ahijada».
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