La
tradicional psicología del canario, probablemente consecuencia del aislamiento
de siglos al que se vio sometido, le obligaba a poner en duda todas aquellas
noticias positivas o favorables que le pudieran llegar desde la metrópoli
madrileña.
No
podía esperar otro triste devenir, después de siglos en que quien trasladaba
sus demandas al gobierno central siempre estuvieron mediatizadas por
gobernadores y corregidores, que en muchas ocasiones llegaban a las islas
nombrados desde Madrid, y muchos lo hacían pensando en su rápida vuelta sin
requerir muchos esfuerzos en favor de las islas para no cercenar sus personales
expectativas. Y cuando alguna demanda era remitida, o se perdían en el largo
viaje de ida, o en el de la vuelta, pues nunca llegaban.
Será
a comienzos del siglo XIX, concretamente en 1808, cuando se derrumbaban los
pilares que sostenían el llamado Antiguo Régimen y emergen los primeros
síntomas proto-liberales que destronan a Fernando VII, cuyas noticias son
conocidas en las islas por los gobernantes y militares establecidos.
Es
en este nuevo escenario donde por primera vez se sientan representantes de las
islas en las Cortes de Cádiz. Serían elegidos en 1810, Pedro José Gordillo y
Ramos, diputado por Gran Canaria, y en 1811, Santiago Key y Muñoz, diputado por
Tenerife, Fernando Llarena y Franchy, diputado por La Palma, y Antonio José
Ruiz de Padrón, diputado por Lanzarote, Fuerteventura, Gomera e Hierro. Salvo
el tercero que era funcionario del Crédito Público, los otros tres, religiosos
de profesión.
Las
esperanzas puestas en la elección de los cuatro canarios se vendrían abajo
cuando comenzaron a batirse entre ellos por la ubicación de la "capitalidad" y de la sede de
la Diputación Provincial, las pugnas por la Audiencia de Canarias o por la
creación de la Universidad. Entre tanta discusión entre islas, y entre La Laguna
y Santa Cruz, se despreocuparon por las verdaderas demandas de la clase social
más necesitada, y como el tiempo pasa, se produce el restablecimiento del
absolutismo por el regreso a España de Fernando VII, que terminaría después con
el inicio del Trienio Liberal en 1820.
A
partir de ahí, se iniciarán nuevamente falsas expectativas con distintos diputados
canarios, pero cada vez estaría más lejos la metrópoli, de tal forma que cuando
llegaba a las islas una supuesta o sorprendente noticia favorable, lo que se
oía por sus calles era este decir "¿Qué burro se irá a morir?" ,
pues daba igual uno, que otro. Sencillamente, costaba creer después de tanto
padecer, noticias que pudieran ser consideradas como insólitas, raras,
extraordinarias, inauditas, desacostumbradas, extrañas, atípicas y distintas a
cualquier otra que de forma real y natural resultaban fiables. Y así se
generalizó cuando se anunciaba, y se anuncia, cualquier cosa sorprendente,
antes y ahora.
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