viernes, 15 de noviembre de 2013

Echarle un puño a la baifa




Los canarios de las todas las islas tenemos heredado de la lengua de nuestros prehistóricos antepasados dos hermosas palabras que son buena parte de nuestro mejor tesoro: gofio y baifo, y ambas contienen bien flanqueadas y protegidas la letra "efe" de Felicidad, indiscutibles voces supervivientes de aquel perdido lenguaje.

El gofio es para el canario el pan nuestro de cada día, es objetivo y meta del trabajo, es por tanto porción inseparable de su felicidad.

La baifa o el baifo, da igual el género, es igualmente símbolo de ternura, de amor, de responsabilidad.


Cuando la cabra está de parto, cuando sabe que llegan las últimas contracciones y se ha dilatado, momento en que asoma la cabeza del baifo, con mucha delicadeza se tumba sobre su costado en el suelo y empuja con fuerza para que salga la cabeza y las patitas delanteras de su hijo; después, suavemente la madre se levanta estirando primero sus patas delanteras para así dar el último impulso a la salida de su hijo y ponerlo en el suelo.


Inmediatamente, la cabra ejerce su papel de madre, comienza a lamer y limpiar el cuerpo del baifo, acariciándolo como si lo estuviera auscultando, hasta que el baifo ha llenado sus pulmones por primera vez de aire y empieza a berrear con fuerza.


Nos acerca a aquel instante en que los padres oyen por primera vez el llanto de su hijo recién nacido, cuando dos lágrimas descienden por nuestras mejillas y decimos en señal de la ansiada tranquilidad ¡Berrea como un baifo!, porque mientras más fuerte lo hace, más se llenan sus pulmones de aire.


Pero no queda ahí toda la pericia de la madre cabra, y después de haber cortado con sus dientes el cordón umbilical que le unía a su hijo, al poco nace otro baifo, y después otro. La buena madre después de haberlos limpiados a todos, se come las placentas y deja el corral inmaculado. En unos minutos, los baifos ya están saltando de alegría por su nueva vida en libertad. Al igual que decimos cuando vemos a los niños jugando con alegría ¡Saltan como un baifo chico!. No es para menos.


Jamás olvidaré la expresión en el rostro de mi hijo, niño de pocos años, cuando vivió a un escaso metro de distancia este hermoso acontecimiento. En unos pocos minutos había disfrutado lo más grande, de cómo era la llegada de un ser vivo. Se podrá explicar con mil palabras, se podrá ver en una película, pero nada como la realidad misma: imagen, sonido, color, olor, ... pero sobre todo, esas discretas y tiernas miradas que la cabra dedicaba a cada una de sus crías. Un bellísimo espectáculo para él, y una maravillosa sensación para mí como padre.


Este cariño, esta ternura que los canarios sentimos por el baifo, es ilimitado. Ningún canario diría "voy a comer baifo". Siempre diría "voy a comer cabrito". La distinción no es por su edad, ni porque estuviera mamando o no leche materna, ni porque fuera asado o adobado. La distinción la hacemos por esa ternura con la que decimos las palabras baifo o baifa porque nos ubica en nuestra más tierna infancia.


Así también cuando un padre observa que su hijo adulto ha tomado decisiones erróneas, es muy contundente y le dice ¡Eres un cabrito!. Nunca lo comparará con el baifo.

Muy distinto es cuando alguien dice o comete disparates, de comportamientos alocados o meteduras de pata, entonces dirá ¡Se le fue el baifo!. Sencillamente porque recuerda el comportamiento de locura temporal de la cabra cuando pierde uno de sus baifos. Porque la cabra asume su responsabilidad máxima como madre, porque ella lo es todo para sus crías. Y por esto se dice también ¡Es la madre de la baifa!, porque es lo importante de lo que nos pasa, el punto final, como dice Pancho Guerra: «el intríngulis, el busilis».



El campesino canario cuando educaba a su hijo no tenía entonces a su disposición de los consejos de la psicología infantil, ni tan siquiera libros temáticos. Igual que se lo enseñó su padre, él enseñó a su hijo que en la vida hay que tener responsabilidades, y así desde pequeño lo mandaba al traspatio diciéndole ¡Échale un puño a la baifa! porque así se acostumbraría a tener responsabilidades.



De ahí que cuando estaba entretenido y animado entre amigos, nuestro joven hombre en época de enamoramiento, sabía de sus responsabilidades en la vida, que primero es la novia y después los amigos, y, se escapaba diciendo que iba a ¡Echarle un puño a la baifa!, decisión que era respetada por todos, porque todos eran practicantes de la máxima. Nada despectivo en comparar la novia con la baifa; muy al contrario, la baifa es el símbolo de su amor, de su ternura, de su responsabilidad con su propio futuro de hombre y padre. El recurrido Pancho Guerra lo decía convenciendo: «platicar el mozo amorosamente con la mujer querida, en general propuesta para esposa».


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