La realidad
tradicional canaria es que el gofio de
trigo o millo es el sustitutivo del pan, como elemento presente de alguna forma
en todas las comidas de cada día, huella imborrable del costumbrismo
prehistórico aborigen.
Metafóricamente es
por tanto el "pan de cada día",
de donde si trabajamos para ganar el pan
de cada día, el gofio en versión de
las islas es el objetivo principal del trabajo. En la construcción de este decir, el campesino ha querido hablar de
la altura, como dificultad para obtener el gofio.
Habla pues de las
dificultades derivadas del esfuerzo, abuso y tesón en el trabajo para conseguir
el alimento diario representado por el gofio.
Siglos y siglos, el campesino que trabajaba por cuenta propia o el mal llamado siglos
atrás colono que trabajaba para el
propietario de las tierras, lo hacían de sol a sol sin pausa, sin descanso,
rompiendo la tierra para poner la semilla, una a una, levantarse y volverse a
agachar, sin tiempo para secar el sudor, limpiando la atarjea para traer el agua, un día tras otro comiendo de la talega y mirando al cielo para adivinar
si lloverá.
Uno lo hará por
mantener viva su preciada libertad como individuo, por la familia que mantiene
con orgullo en su cacho de tierra. El
otro, tendrá que compartir su fruto con el rico patrón que no lo ha sudado.
Habrán recogido la cosecha, el grano a la era dando vueltas y vueltas para
después aventarlo, quitando alguna que otra peligrosa pargana de los ojos; cada día, cada estación, siempre en el duro
trabajo para alcanzar el gofio.
Siglos después el colono, se llamará aparcero o jornalero,
ambos sometidos a una total desregulación en su relación con el patrón, de sus inexistentes
condiciones labores, sin protección de ningún tipo. Carentes de bienes quieren
y desean seguir trabajando, porque es su sustento, su gofio, y el de su familia, aunque lo tengan que estar prácticamente
mendigando del cacique de turno, se
lo habrán ganado muy justamente con su sudor, con su esfuerzo.
El cacique terrateniente estaba acomodado con
el jornalero de sol a sol, al pago de un mísero salario, y como patrono no
venía obligado a responder por los accidentes laborales. Pérdidas de vidas
debidas a envenenamiento por gases o desprendimientos como cabuqueros de pozos y galerías, ni tan siquiera, por las
mutilaciones y pérdidas de visión o audición debidas a las luces de carburo o
los cartuchos de dinamita, o la temprana artrosis de caderas o cervicales
derivadas de los continuos esfuerzos en las faenas por la ausencia de todo tipo
de maquinaria agrícola para la construcción de cadenas y bancales cargando
grandes piedras o las remudas de tierras, como bestias.
Algo cambió en sus
condiciones cuando la República obligó a los patronos a protegerlos, a darles seguridad
social. Menos es nada, aunque no lograron mejoras en sus jornales, tuvieron que
aguantar en silencio apaleados por la dictadura franquista. Muchos años después
habló y eligió a sus representantes democráticos, que comenzaron por dar
libertad, trabajo y bienestar, hasta que llegaron los nuevos depredadores
financieros que ponían de rodillas a los representantes políticos del pueblo,
provocando crisis y subyugando estados de libertad para ganar más dineros
recortando bienestar y expulsando a millones al paro.
Retrocedemos cincuenta
años y desgraciadamente para muchos hoy, no sólo está alto el gofio, es inalcanzable con sus recursos
y únicamente lo alcanzarán con la solidaridad de sus vecinos. Hace ya unos
cuantos años escribió Sindo Saavedra la siguiente copla, que sigue teniendo
actualidad:
Trabajar por
trabajar
eso es lo que estoy
haciendo.
Yo me llevo cuatro
cuartos
y el patrón enriqueciendo.
Y lo vuelvo a
repetir
por si queda alguna
duda:
el que más llena la
tripa
es el que menos la
suda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario