jueves, 21 de noviembre de 2013

Qué alto queda el gofio





La realidad tradicional canaria es que el gofio de trigo o millo es el sustitutivo del pan, como elemento presente de alguna forma en todas las comidas de cada día, huella imborrable del costumbrismo prehistórico aborigen.

Metafóricamente es por tanto el "pan de cada día", de donde si trabajamos para ganar el pan de cada día, el gofio en versión de las islas es el objetivo principal del trabajo. En la construcción de este decir, el campesino ha querido hablar de la altura, como dificultad para obtener el gofio.

Habla pues de las dificultades derivadas del esfuerzo, abuso y tesón en el trabajo para conseguir el alimento diario representado por el gofio. Siglos y siglos, el campesino que trabajaba por cuenta propia o el mal llamado siglos atrás colono que trabajaba para el propietario de las tierras, lo hacían de sol a sol sin pausa, sin descanso, rompiendo la tierra para poner la semilla, una a una, levantarse y volverse a agachar, sin tiempo para secar el sudor, limpiando la atarjea para traer el agua, un día tras otro comiendo de la talega y mirando al cielo para adivinar si lloverá.

Uno lo hará por mantener viva su preciada libertad como individuo, por la familia que mantiene con orgullo en su cacho de tierra. El otro, tendrá que compartir su fruto con el rico patrón que no lo ha sudado. Habrán recogido la cosecha, el grano a la era dando vueltas y vueltas para después aventarlo, quitando alguna que otra peligrosa pargana de los ojos; cada día, cada estación, siempre en el duro trabajo para alcanzar el gofio.

Siglos después el colono, se llamará aparcero o jornalero, ambos sometidos a una total desregulación en su relación con el patrón, de sus inexistentes condiciones labores, sin protección de ningún tipo. Carentes de bienes quieren y desean seguir trabajando, porque es su sustento, su gofio, y el de su familia, aunque lo tengan que estar prácticamente mendigando del cacique de turno, se lo habrán ganado muy justamente con su sudor, con su esfuerzo.

El cacique terrateniente estaba acomodado con el jornalero de sol a sol, al pago de un mísero salario, y como patrono no venía obligado a responder por los accidentes laborales. Pérdidas de vidas debidas a envenenamiento por gases o desprendimientos como cabuqueros de pozos y galerías, ni tan siquiera, por las mutilaciones y pérdidas de visión o audición debidas a las luces de carburo o los cartuchos de dinamita, o la temprana artrosis de caderas o cervicales derivadas de los continuos esfuerzos en las faenas por la ausencia de todo tipo de maquinaria agrícola para la construcción de cadenas y bancales cargando grandes piedras o las remudas de tierras, como bestias.

Algo cambió en sus condiciones cuando la República obligó a los patronos a protegerlos, a darles seguridad social. Menos es nada, aunque no lograron mejoras en sus jornales, tuvieron que aguantar en silencio apaleados por la dictadura franquista. Muchos años después habló y eligió a sus representantes democráticos, que comenzaron por dar libertad, trabajo y bienestar, hasta que llegaron los nuevos depredadores financieros que ponían de rodillas a los representantes políticos del pueblo, provocando crisis y subyugando estados de libertad para ganar más dineros recortando bienestar y expulsando a millones al paro.

Retrocedemos cincuenta años y desgraciadamente para muchos hoy, no sólo está alto el gofio, es inalcanzable con sus recursos y únicamente lo alcanzarán con la solidaridad de sus vecinos. Hace ya unos cuantos años escribió Sindo Saavedra la siguiente copla, que sigue teniendo actualidad:

Trabajar por trabajar
eso es lo que estoy haciendo.
Yo me llevo cuatro cuartos
y el patrón enriqueciendo.
Y lo vuelvo a repetir
por si queda alguna duda:
el que más llena la tripa
es el que menos la suda.  



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