El
cabrero que se precie de serlo, la primera norma no escrita que tendrá
aprendida es que "Cada uno sabe las
cabras que guarda", sabiduría que habrá alcanzado de tanto mirar con "veinte ojos" para todos
lados, para conocer en cada momento donde está cada animal, que hierbas y matos
come, pues conoce que todo lo que comen tiene veneno y remedio, y si enferman por
lo que comen, de la misma hierba hirviéndola
hay que sacar el remedio, sin sacar el veneno y así administrar el
antídoto al animal.
Observará
si está "asoplada", porque
su "barriga" se pone dura y
la cabra se "enguruña", que
no tengan "cagalera" para
remediar con urgencia, o bien "pataleta"
o "catarro" por beber aguas
calientes o salobres y "se ponga
triste, erizada y sin comer"; que no tenga "nubes en los ojos" o "mal
de ojos", o que tenga "la
madre salida", e incluso si el color de las "teteras" es blanca o amarilla, o si se ha dado golpes en
la boca, se la ha picado con zarzas, o tiene las muelas picadas.
Distinguirá
las "secas" por no haber
parido, de las paridas, y si la cría está con su madre o las madres están
cargadas de leche por haber perdido a sus crías.
Aunque
esté sentando apaciblemente aparentemente descansando, estará en permanente
observación, vigilando a sus cabras, sin que lo podamos apreciar, sin que le
podamos distraer. Por ello puede adverar que conoce a cada uno de ellas, no
sólo por el color de su piel, sea blanca, baya, rubia, rosilla, melada,
colorada, endrina, loba, parda o negra.
Conocerá
además de cada una de las cabras hasta el más mínimo detalle por sus especiales
características o manchas, como molinera,
gamba, mermellada, pipana, berrenda, collarbo, sazonada, gacela, mulata,
enlapada, jovera, florida o blandesa,.... y ello permitirá echarla en falta
cuando no la tenga a la vista.
Probablemente a cada una de ellas la tenga
puesto un nombre propio por algún detalle o circunstancia con ella vivida, nombre
que guardará íntimamente en un rincón de su memoria, con el que se dirigirá a
ella cuando la ordeña o la cura, en esa particular relación de cariño que
mantiene el cabrero con sus cabras. Probablemente sólo lo conocerá su sucesor
en el noble hacer, a quien irá enseñando como cabrero las mismas lecciones que
él recibió de su padre.
Este
pensamiento permanente puesto en sus cabras, migró desde los ambientes
pastoriles hasta el ámbito de la familia, y no era extraño oír de los padres
este decir, que en ningún caso era
despectivo para con la familia de la que son mantenedores por compararlos con "cabras". Cuando así lo
manifiestan, es porque conocen de cada uno de los miembros de su familia, cómo
piensan, sienten y padecen, igual que conoce el cabrero de sus cabras. Y
primordialmente, de cómo se comportan en sociedad, sin que guarde relación
alguna con su condición económica y sí con su forjada condición humana, lo que
permitirá defender hasta la extenuación a cada uno de sus miembros. Ejercen por
tanto con la mayor dignidad la absoluta tutela y exigencia de respeto hacia las
personas de su familia.
Este conocimiento de su familia les facultará para
saber de sus defectos, los cuales intentarán enmendar dentro del ámbito de la
familia, evitando siempre cualquier reprimenda o reparo ante terceros ajenos. Este
proceder engrandecerá su condición de "patriarca"
o "matriarca" según se
trate.
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