Es
conocido que del amor nacen los celos y que éstos pueden llegar a dominar la
personalidad de quien los padece hasta extremos insospechados. Este decir como oración gramatical resulta
incompleta, pues de su sintaxis se distinguen dos sujetos 'amor y celos', una acción verbal 'asiegan', no incluyendo predicado, de donde no puede determinarse
el pensamiento completo.
En
cuanto al verbo "asiegar",
se sabe que en el léxico canario es costumbre que distintas conjugaciones
verbales sean precedidas con el añadido de la letra "a", dándose además del seseo, la irregularidad en la
conjugación del verbo "segar"
a partir del sustantivo "siego".
Son
conocidos igualmente algunos decires, como "El amor es ciego", "Los
celos son ciegos", y como no otro más extenso que parece aproximarnos
a su significado "El hombre que
tiene celos de su mujer piensa que los queridos están en todas partes".
Muchas son las conjeturas que apuntan a entender del verbo "asiegar" el significado de "perder la razón", que en ocasiones así ha podido
entenderse la injustificable violencia de género.
Particularmente
creemos que el significado del léxico canario "asiegar" no tiene porqué ser exclusivamente esa pérdida
de la razón, y guarda más relación con el costumbrismo canario.
Uno
de los elementos más nobles de las fachadas de la antigua arquitectura
doméstica canaria es el balcón, y más concretamente el balcón de celosía, de origen árabe, descendiente
del primigenio "mucharabyeh"
que llegó en el siglo XVI. Algunos autores consideraron que la incorporación de
la celosía lo fue para permitir el
paso del aire, creando un ambiente fresco y agradable. Si así lo fuera, seguramente
sería llamado de otra forma, dado que normalmente la etimología de los
sustantivos se debe a sus aprovechamientos.
Del
origen de la palabra "celo"
aporta Joan Coromines como primer derivado el verbo "celar", con significado de 'velar, vigilar', 'tener
celos'. También incluye como derivado el sustantivo "Celosía" con el significado de 'enrejado de madera que se pone en ciertas ventanas para que las
personas que están en lo interior vean sin ser vistas', añadiendo además
que «se
llamó así la celosía por la causa que determina su uso, ya que la mujer
oculta tras una celosía no está a la vista de los viandantes».
Conocido el fin pretendido causado por los "celos" en la incorporación al
balcón de la "celosía",
parece oportuno adentrarnos en la sociedad antigua para entender las razones
que llevaron a ello.
Está documentado que los "celos"
no parece fuera un mal que aquejara a la población prehistórica indígena de
las islas, pues el propio cronista Andrés Bernáldez nos cuenta de la costumbre que
tenían al casar alguna joven doncella, que "poníanla
ciertos días en vicio", a engordar, y ella ante de desposarse elegía para acostarse uno entre los caballeros e
hidalgos del pueblo, antes de hacerlo con el que sería su marido. Si quedaba en
estado, el hijo que hubiera sería noble o caballero. Si no, los hijos de su
marido serían comunes, y, para saber si quedaba preñada, el marido "no llegaba a ella fasta saber por
cierto, por vía de la purgación". También está documentada la hospitalidad
de lecho al ofrecer sus mujeres a los conquistadores en reconocimiento de
amistad.
Distintas son las costumbres de los conquistadores, y el
historiador Francisco Fajardo Spínola nos documenta la vida amorosa de los
vecinos de la Ciudad Real de Las Palmas en la primera mitad del siglo XVI,
donde se interpusieron muchas denuncias, quien concluye que «Resulta elevadísimo el número de las
relaciones extramatrimoniales y situaciones de amancebamiento que se mencionan,
con los nombres de sus protagonistas y diversas circunstancias de cada caso».
Dice que de 50 mujeres amancebadas, 24 son casadas, 20
solteras y seis viudas, y en las primeras el adulterio se comete estando sus
maridos ausentes de las islas "pues las
iras de éstos, si llegaran a saberlo, serían al parecer de temer".
Da los ejemplos de Catalina López, mujer de Sancho de
Paredes, quien se refugia en una iglesia huyendo de su marido para que no la
mate; de Ana de Mesa, quien cuenta a una vecina que su marido vuelve de
Castilla y teme por su vida; de Beatriz López dispuesta a huir de la isla,
porque su esposo ha sido liberado en la Berbería; de Catalina Gedula que «se echaba con un sacristán...», y que
no ha vuelto con él desde que llegó su marido; del escandaloso caso Ana González, que entabló pleito de divorcio
contra su marido Antón Díaz, durante el cual se amancebó con el bachiller Cristóbal
de la Coba que «la defendía como letrado»,
quedando preñada, escondiéndose en la casa del canónigo don Juan de Troya.
Nos ilustran una sociedad en la que los celosos maridos ponían
celosías en los balcones y ventanas
de sus casas para que sus mujeres fueran "asiegadas"
a la contemplación de otros hombres, pues impedían la visión hacia adentro, no
al revés. Sus mujeres consortes eran a su entender sus apetecidos y vigilados "trofeos", que debían permanecer
ocultos a las indiscretas y arriesgadas miradas de otros hombres que le
hicieran la competencia. Era así como por sus amores y celos, "asiegan" la visión de sus
mujeres, de sus "triunfos".
Es el caso también de las "monjas de
clausura", que por su condición de estar "casadas con Jesús" no podían ser vistas.
Reparemos por último que en el "Envite", juego canario de la baraja basado en la argucia
del "engaño", cuando un
jugador no lleva ninguna carta de la "vira", del palo que se ha virado hacia arriba al
inicio del juego, ni tampoco las cartas Cinco de Oros, Tres o Caballo de Bastos,
"la Perica" o Sota de Oros,
con sutileza hace a su mandador una seña cerrando
los ojos, o simplemente dice "siego",
manifestando así que no tiene ninguna carta de valor o "triunfo" de la baraja para ganar o ayudar al compañero.
De donde, va "siego" el que
no tiene ningún "triunfo" o
"trofeo". Puede que éste
fuera el origen del decir, pues al
menos así se entendería correctamente. Y si es otro, "Pan y paja, todo queda en casa", o lo que es lo mismo, todo lo comentado tiene provecho.
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