martes, 26 de noviembre de 2013

Vinieron a echar un zahumerio




Para llegar a entender es decir tenemos que desplazarnos al escenario de siglos atrás, pues si así no fuera no se entendería la intencionalidad del mismo que no es otra que alertar del escaso tiempo que ha durado una visita.

Hay que entender que siglos atrás no habían los entretenimientos que en la actualidad conocemos. Comenzando por las salas de cine, la televisión, el propio Internet, u otros como centros comerciales y un largo etcétera en que se incluyen actividades culturales y sociales de todo tipo que llenan nuestro tiempo libre de hoy, en esos tiempos de atrás, pocos entretenimientos se tenían y era costumbre realizar visitas a las casas, que tenían un tratamiento de reciprocidad pues había que devolver la visita.

La llegada de los siempre esperados visitantes era celebrada con cierto alborozo, excusa suficiente para sacar las copitas y brindar, al tiempo que se daba un repaso general a los últimos acontecimientos de los vecinos. Se le echaba tiempo al tiempo, sin prisas, porque lo que más sobraba eran las horas libres. Cuando una visita no duraba el tiempo considerable, es cuando surgía este decir en sentido de queja de los visitados.

Su origen nos lo explica Agustín Millares Cubas: «Aún se practica en Gran Canaria la operación arábiga, importada seguramente por los andaluces, de zahumar las habitaciones y la ropa.
Como ello se hace rápidamente, pasando la criada de cuarto en cuarto con el braserillo de cobre o de barro en el que humea la almáciga, llama la gente echar un zahumerio a las visitas cortas, o "visitas de médico".
— Niñas, siéntense. No se vayan todavía. ¿Qué, no han venido sino a echar un zahumerio?».
Es necesario documentar la mención que hace el académico a la "almáciga". Desde el siglo XVI se prohibió la exportación de todos los árboles de los almácigos de las islas y su resina obtenida por el sangrado de los árboles, dado el alto valor comercial que alcanzó y que motivó en 1501 que la Corona de Castilla aprobara un arancel "Por el arrova del almaciga seys mrs". La resina además de ser el "chicle" de la antigüedad, fue un gran perfume, mejoraba el sabor y aportaba suavidad a los alimentos, tenía usos medicinales como bálsamo y para la fabricación de barnices.

Viera y Clavijo nos pone en la pista del almácigo «Bien sabido es que la afamada resina del almácigo, que viene del Levante, la dan los lentiscos, señaladamente los de la isla de Chío en el Archipiélago; mientras los nuestros no dan ninguna, quizá porque no se ha tratado de taladrar o herir sus troncos en la estación de los calores. La almáciga  de nuestro país la producen los terebintos, y suele recogerse en canutillos de caña», y hace referencia a la variedad Pistacia Terebinthus, también nativa del Mediterráneo occidental, presente en las islas, que se usaba también como sahumerio en las casas.

En cuanto al largo tiempo de las visitas, una de ellas nos la ilustra y describe en amplitud Pancho Guerra en las Memorias de Pepe Monagas:

«Mi compadre - yo había sido padrino de su último muchacho- se alegró tanto con la visita, que hasta se sentó en la cama, cosa que no venía haciendo ni para aliviar el deje de cuenta de lo poco que comía. Aquel acontecimiento merecía algo más que entibiar las sillas. Nos arrepollinamos a salga lo que saliere. Y salieron unas botellas y unos entullos, por los que mandó Chano apenas nos preguntamos por las familias. De revuelo se entabló allí un sabrosito trasiego de copas y enyesques.

A mi suegro lo privaba la picareta como al primero. Si arriba era gratis, cargaba la mano hasta empajarse. Soledad sacó su vena animosa y golosilla. Le gustaba la bebida tirando a lamedor. De mí.. . , ¿qué quiere que le diga? Trabado a un pinzapo con ron, pan bizcochado y unos choricitos del país en sollama, yo he perdido hasta un correíllo. Destaparon para las mujeres -la de Chano también metía lo suyo- una botellita de un licor extranjero que el compadre tarrayaría de algún "Paquete"en tránsito. Nosotros le entramos alternativamente a una caña del país y a otra de Cuba, tan limpitas de tufo, tan "individuadas e incohibibles", como hubiera dicho Cabral, que las copean en los camposantos del mundo y se anticipa la resurrección universal.

De repente alguno miró un reloj, y habló de la hora, y dijo que don Bartolo, el señor cura de San Nicolás, era un santo, pero que todo lo que le sobraba de bendito, le faltaba de aguante».

Siempre acababan las visitas con el recurrido recuerdo de aquel otro compromiso u obligación que tenían los visitantes, y aunque los visitados quisieran dar largas, había transcurrido mucho tiempo entre copa y enyesque, además de darle al "picaporte alegantil". Los bien acogidos cuando, por fin, acaban las largas despedidas en las galerías, generalmente con el comentario de los crotos, los periquitos y demás macetas, entonces ¿qué le digo?».
 


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